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Enseñanzas profundas de la parashá semanal del líder espiritual de Moshav Matitiyahu en Israel.
"Concede verdad a Yaakov, bondad a Abraham, como le juraste a nuestros patriarcas desde los tiempos antiguos". (Mija 7:20)
En el primero, segundo, cuarto y quinto año del ciclo de Shmitá (que dura siete años), los judíos que viven en Israel deben separar un décimo de sus granos y llevarlos a Jerusalem para comerlos allí (esto se llama “maaser shení”). En el tercer y sexto año del ciclo, en cambio, ese décimo se les entrega a los pobres (lo cual se llama “maaser aní”).
A primera vista, parecería que el mandamiento de maaser shení y maaser aní deberían haber sido al revés. ¿Por qué no es requerido que los dueños de la tierra compartan primero con los pobres, y sólo luego disfruten de su producto en Jerusalem? En otras palabras, ¿Por qué el maaser aní no fue dado al principio del sub-ciclo de tres años y después el maaser shení?
Maimónides (Matanot L’Aniim 10:2) escribe que uno debe dar tzedaká con felicidad, y que darla con descontento anula la mitzvá. Vemos así que la actitud con la que uno da tzedaká es intrínseca a la mitzvá misma.
El profeta Mija (6:8) define lo que Dios quiere de nosotros como "hacer justicia, amar el jesed (bondad), y caminar modestamente con Dios". Asimismo, en la bendición que concluye la Amidá, le agradecemos a Dios "pues en la luz de Tu faz nos diste, Hashem, Dios nuestro, una Torá de vida y un amor por el jesed". No es suficiente con hacer jesed. Debemos amar hacer jesed.
Más que cualquier otra mitzvá positiva, escribe Maimónides, la tzedaká es una señal de la esencia de un judío. Es la esencia de su existencia y la fuente de nuestra futura redención. Similarmente, un “buen corazón”, que es la base de todos los buenos rasgos personales (Avot 2:13), se refiere a una actitud que fomenta el jesed.
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Los Pasos de Dios
El objetivo de nuestra lucha en este mundo es el perfeccionamiento de nuestras almas. Las mitzvot son el medio para lograr este objetivo. Hay dos mitzvot que nos permiten emular a Dios en la forma en que Él se relaciona con nosotros. Una de ellas es el estudio de Torá; por medio de éste, nos apegamos a la mente de Dios, por decirlo de alguna manera, ya que Él creó el mundo.
La segunda es jesed. La base de toda la existencia es el deseo de Dios de hacer jesed con Su creación. Por lo tanto, cuando hacemos actos de jesed con un fuerte deseo, seguimos los pasos de Dios.
Abraham descubrió a Dios a través de la característica de jesed, reconociendo el jesed inherente en la creación. Deseaba tanto hacer actos de jesed que incluso cuando se sentó adolorido después de su propio brit milá, sufrió cuando no apareció ningún huésped a quien atender. Rivka, nuestra matriarca, también se distinguía por su amor al jesed. Esa fue la única cualidad sobre la que Eliezer la puso a prueba.
Ahora estamos preparados para entender el orden del maaser shení y el maaser aní. Al ordenarnos traer un décimo de nuestros granos a Jerusalem y disfrutarlos allí, Dios nos enseñó dos lecciones vitales. La primera es que nuestras posesiones materiales son un regalo de Dios y por lo tanto, Él puede decidir cómo utilizamos esa abundancia material. La segunda es que al utilizar la riqueza material de la forma que nos prescribió Dios, ésta generará sentimientos de alegría y santidad.
Una vez que internalizamos estas lecciones durante los dos primeros años del ciclo, podemos ofrecer esa abundancia al pobre en el tercer año – no por obligación, sino que con un verdadero amor por el jesed.
Las letras de “Elul” aluden al versículo: "Yo soy para mi Amado y mi Amado es para mí", lo cual indica nuestra intensa relación con Dios previo a las Altas Fiestas. Para lograr esto, debemos condicionarnos no sólo a hacer jesed, sino a amarlo.
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