Los límites del dolor

05/08/2023

6 min de lectura

Ree (Deuteronomio 11:26-16:17 )

"Ustedes son hijos de Hashem su Dios: no se harán cortes ni se raparán entre sus ojos por un muerto. Pues tú eres un pueblo santo para Hashem tu Dios, y a ti te escogió Hashem como nación atesorada de entre todas las naciones que están sobre la superficie de la tierra". (Deuteronomio 14:1-2)

Estas palabras tienen una historia considerable dentro del judaísmo. Las primeras inspiraron la famosa declaración de Rabí Akiva: "Amado es el hombre porque fue creado a imagen (Divina). Amado es Israel porque son llamados 'hijos del Omnipresente'" (Avot 3:14). La frase: "No se harán cortes" fue aplicada por los Sabios de forma imaginativa a las divisiones dentro de la comunidad (Ievamot 14a). Una sola ciudad no debe tener dos o más cortes religiosas que emitan diferentes dictámenes.

Sin embargo, el sentido llano de estos dos versículos es sobre el comportamiento en un momento de duelo. Se nos ordena no mantener excesivos rituales de duelo. Perder a un miembro cercano de la familia es una experiencia devastadora. Es como si también muriera algo de nosotros. No manifestar dolor es incorrecto, es inhumano. El judaísmo no nos ordena una indiferencia estoica ante la muerte, Pero dar lugar a expresiones salvajes de dolor (desgarrarse la carne, arrancarse el cabello) no es correcto. La Torá sugiere que esto no es apropiado para un pueblo sagrado; es la clase de comportamiento asociado con los cultos idólatras. ¿Cómo se entiende esto?

En otra parte del Tanaj encontramos una descripción de la clase de comportamientos que la Torá tiene en mente. Esto ocurrió durante el encuentro entre Elías y los profetas del Baal en el Monte Carmel. Elías los había desafiado con una prueba: que cada uno hiciera un sacrificio para ver quién lograba que bajara un fuego del cielo. Los profetas del Baal aceptaron el desafío:

"E invocaron el nombre de Baal desde la mañana hasta el mediodía, diciendo: "¡Oh Baal, respóndenos!". Pero no hubo voz, ni nadie que contestara. Y bailaron a saltos alrededor del altar que habían levantado. Y al mediodía Elías se burló de ellos, diciendo: "¡Griten más fuerte, que es un dios! Quizás esté meditando, está ocupado o ha viajado, Tal vez está durmiendo y deben despertarlo". Y ellos gritaron con fuerzas y se cortaron con espadas y lanzas, como era su costumbre, hasta que les brotó la sangre" (Reyes I 18:26-28)

Por supuesto que este no era un ritual de duelo, pero nos da una imagen gráfica de los ritos de auto laceración. Emil Durkhein provee una descripción de las costumbres de duelo de los aborígenes de Australia. Cuando se anuncia una muerte, hombres y mujeres comeinzan a correr salvajemente, aullando y llorando, cortándose con cuchillos y palos puntiagudos.

A pesar del aparente frenesí, hay un grupo de reglas precisas que rigen este comportamiento, dependiendo si el deudo es un hombre o una mujer, así como su relación de parentesco con el difunto. "Entre los warramunga, quienes se cortan los muslos son el abuelo materno, el tío materno y el hermano de la esposa del difunto. A los demás se les exige cortarse la barba y el cabello y luego se cubren el cuero cabelludo con arcilla de la que se usa para hacer pipas". Las mujeres se laceran la cabeza y luego aplican en las heridas palos al rojo vivo para agravarlas (Emil Durkheim, Elementary Forms of the Religious Life, Free Press, 1995, págs. 392-406)

(Un ritual similar es realizado por algunos musulmanes chiitas en Ashura, el aniversario del martirio del imán Hussein, el nieto del profeta, en Karbala. La gente se flagela con cadenas y se cortan con cuchillos hasta sangrar. Algunas autoridades chiitas se oponen vehementemente a esta práctica).

La Torá considera que este comportamiento es incompatible con la kedushá, la santidad. Lo que es particularmente interesante es notar el proceso de dos etapas en el cual se fija la ley. Esto aparece primero en Vaikrá/Levítico, capítulo 21.

Hashem le dijo a Moshé: "Habla a los cohanim, hijos de Aharón, para decirles: [ninguno de ustedes] se hará impuro por una persona fallecida, excepto por un pariente cercano… No se raparán la cabeza y no se rasurarán el borde de sus barbas ni cortarán su cuerpo. Santos serán para su Dios y no profanarán el Nombre de su Dios" (Levítico 21:1-6)

Aquí esto se aplica específicamente a los cohanim, los sacerdotes, debido a su santidad. En Deuteronomio la ley se extiende a todos los israelitas (la diferencia entre los dos libros radica en sus audiencias originales. Levítico es principalmente una serie de instrucciones para los sacerdotes; en Deuteronomio, Moshé se dirige a todo el pueblo). La aplicación a los israelitas comunes y corrientes de las leyes de santidad que aplican a los sacerdotes es parte de la democratización de la santidad, que es fundamental para la idea de la Torá de "un reino de sacerdotes". Sin embargo, queda la pregunta: ¿qué tiene que ver la moderación en las expresiones de duelo con el hecho de ser los "hijos de Hashem tu Dios", un pueblo santo y elegido?

  1. Ibn Ezra dice que así como un padre puede causar dolor a un hijo para su propio bien a largo plazo, así también a veces Dios nos brinda dolor (el duelo) que debemos aceptar con confianza, sin demostraciones excesivas de dolor.
  2. El Rambán sugiere que debido a nuestra creencia en la inmortalidad del alma no debemos exagerar en el duelo. Pero agrega que incluso así, es correcto el duelo dentro de los parámetros establecidos por la ley judía, ya que incluso si la muerte es sólo una despedida, cada despedida es dolorosa.
  3.  Rav Ovadia Sforno y Jizkuni dicen que debido a que somos los "hijos de Dios" nunca quedamos completamente huérfanos. Podemos perder a nuestros padres terrenales, pero nunca a nuestro Padre, y por lo tanto hay un límite al duelo.
  4. Rabeinu Meyujas sugiere que la realeza no se profana a sí misma con heridas que pueden desfigurarlos (nivul). Por lo tanto Israel, los hijos del Rey supremo, tampoco pueden hacerlo.

Sin importar cuál explicación nos parezca más adecuada, el principio queda claro. Así es como Maimónides establece la ley: "Quien no guarda duelo por el muerto en la manera descripta por los Sabios es cruel (ajzarí, aunque tal vez una traducción mejor sería "que carece de sensibilidad")" (Hiljot Avel 13:12). Sin embargo, al mismo tiempo "no se debe caer en un duelo excesivo por la persona que ha fallecido, porque está escrito: 'No lloren por el que está muerto, ni hagan lamentaciones por él' (Jeremías 22:10). Es decir: no llorar demasiado, porque eso es lo natural en el mundo, y quien se inquieta por lo que es natural en el mundo es un necio" (Ibid. 13:11).

La halajá, la ley judía, se esfuerza por crear un equilibrio entre demasiado y demasiado poco duelo. De aquí las diversas etapas del duelo: aninut (el período entre la muerte y el entierro), shivá (la semana de duelo), sheloshim (treinta días en el caso de los parientes) y shaná (un año, en el caso de los padres). El judaísmo ordena una secuencia precisamente equilibrada de duelo, desde los momentos iniciales y paralizantes de la pérdida, hasta el funeral y el regreso a casa; hasta el período de consuelo de amigos y miembros de la comunidad y un tiempo más prolongado durante el cual la persona no participa en actividades asociadas con la alegría. Cuanto más aprendemos sobre la psicología del duelo y las etapas que debemos atravesar hasta que sana la pérdida, más clara se vuelve la sabiduría de las antiguas leyes y costumbres del judaísmo. Lo mismo que sucede a nivel individual, ocurre también con el pueblo en su conjunto. Los judíos han sufrido más que la mayoría de los pueblos a causa de la persecución y la tragedia. Nunca hemos olvidado esos momentos. Los recordamos en nuestros días de ayuno, especialmente en Tishá BeAv con su literatura de lamentaciones, las kinot. Sin embargo, con un poder de recuperación que a veces ha sido casi milagroso, Israel nunca se dejó vencer por el dolor. Un pasaje rabínico (Tosefta Sotá 15:10-15; ver también Baba Batra 60b), personifica la voz dominante dentro del judaísmo:

Después de la destrucción del Segundo Templo, los ascéticos se multiplicaron en Israel. Ellos no comían carne ni bebían vino… Rabí Iehoshúa les dijo: "No guardar duelo en absoluto es imposible, porque esto ha sido decretado. Pero guardar demasiado duelo también es imposble".

En esta era antitradicional, con su hostilidad a los rituales y su preferencia por la manifestación pública de las emociones privadas (lo que en los años 60 Philip Rieff llamó "el triunfo de lo terapéutico"), la idea de que el duelo tiene leyes y límites suena extraño. Sin embargo, todos los que tuvieron la mala suerte de perder a un ser querido pueden dar testimonio de la profunda sanación que brinda la observancia de las leyes de avelut (duelo).

La Torá y la tradición saben honrar tanto a los muertos como a los vivos, manteniendo el delicado equilibrio entre el duelo y el consuelo. La pérdida de vida nos produce dolor, y la reafirmación de la vida nos da esperanza.

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