De piojos y hombres

09/01/2024

6 min de lectura

Vaerá (Éxodo 6:2-9:35 )

Por todo Egipto, el polvo se convirtió en piojos. Pero cuando los magos trataron de producir piojos con sus artes secretas, no pudieron hacerlo. Los piojos atacaron tanto a las personas como a los animales. Los magos le dijeron al faraón: "Este es el dedo de Dios". Pero el faraón endureció su corazón y no lo escuchó.

Se ha prestado muy poca atención al uso del humor en la Torá. La forma de uso más importante es la sátira para burlarse de las pretensiones de los seres humanos que piensan que pueden emular a Dios. Si hay algo que hace reír a Dios es ver a la humanidad tratando de oponerse al Cielo:

Se levantarán los reyes de la tierra,

Y príncipes consultarán unidos

Contra Dios y contra su ungido, diciendo:

"Rompamos sus cadenas

Y echemos de nosotros sus cuerdas".

El que mora en los cielos se reirá;

Dios se burlará de ellos. (Salmos 2:2-4)

Encontramos un ejemplo maravilloso en la historia de la Torre de Babel. Los habitantes de la llanura de Shinar decidieron construir una ciudad con una torre que "llegara a los cielos". Este era un acto de desafío contra el orden dado por la naturaleza ("Los cielos son los cielos de Dios, la tierra Él la ha dado a los hijos de los hombres"). Entonces, la Torá dice: "Pero cuando Dios bajó a ver la ciudad y la torre...". Abajo, en la tierra, los constructores pensaron que su torre llegaría al cielo. Pero desde el ventajoso punto de vista del cielo, era tan minúscula que Dios tuvo que "bajar" para verla.

La sátira es esencial para entender por lo menos parte de las plagas. Los egipcios idolatraban una multiplicidad de dioses, la mayoría de ellos representando fuerzas de la naturaleza. Con sus "artes secretas", los magos egipcios pensaban que podían controlar esas fuerzas. En una era de mitos, la magia era el equivalente a la tecnología en una era de ciencia. Una civilización que cree que puede manipular a los dioses, también cree que puede ejercer coerción sobre los seres humanos. En esa cultura se desconoce el concepto de libertad.

Las plagas no sólo tenían la intención de castigar al faraón y a su pueblo por maltratar a los israelitas, sino también demostrarles la impotencia de los dioses en los que creían ("Y a todos los dioses de Egipto juzgaré. Yo soy Dios" – Éxodo 12:12). Esto explica la primera y la última de las nueve plagas previas a la muerte de los primogénitos. La primera incluyó al Nilo. La novena fue la plaga de la oscuridad. El Nilo era adorado como la fuente de la fertilidad en una región que de otro modo sería desértica. El sol era considerado como el más grande de los dioses, Ra, y el faraón era considerado su hijo. La oscuridad implicaba eclipsar al sol, demostrando que ni siquiera el más grande de los dioses egipcios podía hacer algo ante el Dios verdadero.

Lo que está en juego en esta confrontación es la diferencia entre el mito (en donde los dioses son meros poderes que deben ser domesticados, propiciados o manipulados) y el monoteísmo bíblico en el que la ética (justicia, compasión, dignidad humana) constituye el punto de encuentro entre Dios y la humanidad. Ésa es la clave de las dos primeras plagas, las cuales se remontan al comienzo de la persecución egipcia contra los israelitas: el asesinato de los niños varones al nacer, primero a través de las parteras (aunque, gracias al sentido moral de Shifra y Puá, esto fue frustrado) y luego arrojándolos al Nilo para que se ahogaran. Por eso, en la primera plaga, las aguas del río se convirtieron en sangre. El significado de la segunda plaga, las ranas, habría sido inmediatamente evidente para los egipcios. Heqt, la diosa rana, representaba a la partera que ayudaba a las mujeres a dar a luz. Ambas plagas eran mensajes codificados que significaban: "Si utilizas el río y las parteras (ambos normalmente asociados con la vida) para provocar la muerte, esas mismas fuerzas se volverán en tu contra". Comienza a tomar forma un mensaje muy significativo: la realidad tiene una estructura ética. Si se las utilizan para fines malvados, las fuerzas de la naturaleza se volverán contra el hombre, de modo que lo que él haga se lo harán a él. Hay justicia en la historia.

La respuesta de los egipcios a estas dos primeras plagas fue verlas dentro de su propio marco de referencia. Para ellos, las plagas eran formas de magia, no milagros. Para los "magos" del faraón, Moshé y Aharón eran personas como ellos que practicaban "artes secretas". Por eso las replicaron, demostrando que también ellos podían convertir el agua en sangre y generar una horda de ranas. La ironía aquí está muy cerca de la superficie. Los magos egipcios estaban tan decididos a demostrar que podían hacer lo mismo que habían hecho Moshé y Aharón, que no se dieron cuenta de que, lejos de mejorar las cosas para los egipcios, las estaban empeorando: más sangre, más ranas.

Esto nos lleva a la tercera plaga, los piojos. Uno de los propósitos de esta plaga fue producir un efecto que los magos no pudieran reproducir. Lo intentan. Fracasan. Inmediatamente concluyen: "Este es el dedo de Dios".

Esta es la primera vez que aparece en la Torá una idea sorprendentemente persistente en el pensamiento religioso incluso hoy en día, llamada "el dios de los vacíos". Esta idea sostiene que un milagro es algo para lo que todavía no podemos encontrar una explicación científica. La ciencia es natural; la religión es sobrenatural. Un "acto de Dios" es algo que no podemos explicar racionalmente. Lo que los magos (o tecnócratas) no pueden reproducir debe ser el resultado de la intervención Divina. Esto lleva inevitablemente a la conclusión de que religión y ciencia se oponen. Cuanto más podamos explicar científicamente o controlar tecnológicamente, menos necesidad tendremos de fe. A medida que se expande el alcance de la ciencia, el lugar de Dios disminuye progresivamente hasta el punto de desaparecer.

Lo que la Torá nos da a entender es que éste es un modo de pensamiento pagano, no judío. Los egipcios admitieron que Moshé y Aharón eran profetas genuinos cuando realizaron maravillas más allá del alcance de su propia magia. Pero no es por eso que creemos en Moshé y Aharón. Sobre esto, Maimónides es inequívoco:

Israel no creyó en Moshé nuestro maestro debido a las señales que realizó. Cuando la fe se basa en señales o maravillas, siempre queda la duda de que esas señales puedan haber sido realizadas con la ayuda de artes ocultas y brujería. Todas las señales que Moshé realizó en el desierto, las hizo porque eran necesarias, no para autentificar su condición de profeta... Cuando necesitamos alimento, hizo descender el maná. Cuando el pueblo tuvo sed, golpeó la roca. Cuando los partidarios de Kóraj negaron su autoridad, se los tragó la tierra. Lo mismo ocurre con todas las demás señales. ¿Cuáles son entonces nuestras razones para creer en él? La revelación en el Sinaí, cuando vimos con nuestros propios ojos y oímos con nuestros propios oídos... (Hiljot Iesodei haTorá 8:1).

La forma principal en la que encontramos a Dios no es a través de milagros sino a través de Su palabra, la revelación, la Torá, que es la constitución del pueblo judío como nación bajo la soberanía de Dios. Sin duda, Dios está en los acontecimientos que llamamos milagros porque parecen desafiar a la naturaleza. Pero Él también está en la naturaleza misma. La ciencia no desplaza a Dios, sino que revela, de maneras cada vez más intrincadas y maravillosas, el diseño dentro de la naturaleza misma. Lejos de disminuir nuestro sentido religioso, la ciencia (bien entendida) debe ampliarlo, enseñándonos a ver "Cuán grandes son Tus obras, oh Dios; todas las has hecho con sabiduría". Sobre todo, Dios se encuentra en la voz escuchada en el Sinaí, que nos enseña cómo construir una sociedad que sea lo opuesto a Egipto: en donde los pocos no esclavicen a los muchos, ni los extranjeros sean maltratados.

El mejor argumento contra el mundo del antiguo Egipto fue el humor divino. Los sacerdotes y magos del culto que pensaban que podían controlar el sol y el Nilo descubrieron que ni siquiera podían producir un piojo. Faraones como Ramsés II demostraron su estatus divino creando arquitectura monumental: grandes templos, palacios y pirámides cuya inmensidad parecía presagiar la grandeza divina (la Guemará explica que la magia egipcia no podía funcionar en cosas muy pequeñas). Dios se burló de ellos al revelar Su presencia en las criaturas más pequeñas (T. S. Eliot: "Te mostraré el miedo en un puñado de polvo").

Lo que los magos egipcios (y sus sucesores modernos) no entendieron es que el poder sobre la naturaleza no es un fin en sí mismo, sino únicamente un medio para alcanzar fines éticos. Los piojos fueron una broma de Dios a expensas de los magos que creían que, debido a que controlaban las fuerzas de la naturaleza, eran los dueños del destino humano. Ellos estaban equivocados. La fe no es simplemente creer en lo sobrenatural. Es la capacidad de escuchar el llamado del Autor de la existencia, de ser libres de tal manera que se respete la libertad y la dignidad de los demás.

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