Fuego – Sagrado y profano

6 min de lectura

Shminí (Levítico 9-11 )

El shock es inmenso. Durante varias semanas y muchos capítulos (el preludio más largo en la Torá), leímos sobre los preparativos para el momento en el cual Dios posaría Su presencia en medio del pueblo. Cinco parashiot (Trumá, Tetzavé, Ki Tisá, Vaiakel y Pekudei) describen las instrucciones para la construcción del santuario. Dos de ellas (Vaikrá, Tzav) detallan las ofrendas que debían sacrificarse allí. Ahora todo estaba listo. Durante siete días los sacerdotes (Aharón y sus hijos) son consagrados en su tarea. Entonces llega el octavo día, cuando comenzará el servicio en el Mishkán. Todo el pueblo participó en la construcción de lo que se convertirá en la Casa visible de la presencia Divina en la tierra. Con un versículo simple y emotivo, el drama llega a su clímax: "Moshé y Aharón fueron a la Tienda del Encuentro y al salir bendijeron al pueblo. La gloria de Dios fue entonces revelada a todo el pueblo".

Pero entonces, cuando pensamos que la narrativa llegó a su fin, tiene lugar una escena aterradora:

Los hijos de Aharón, Nadav y Avihu, cada uno tomó su incensario y pusieron fuego en ellos y colocaron sahumerio sobre ellos; y ofrecieron delante de Dios un fuego extraño que Él no les había ordenado. Surgió un fuego delante de Dios que los consumió y murieron delante de Dios. Moshé dijo a Aharón: "Sobre esto habló Dios al decir: Yo seré santificado a través de Mis allegados y en presencia de todo el pueblo seré glorificado" (10:1-3)

 La celebración se transformó en una tragedia. Los dos hijos mayores de Aharón murieron. Los sabios y los comentaristas ofrecen muchas explicaciones. Nada y Avihu murieron porque: entraron al Kódesh Kodashim; no vistieron la ropa requerida; sacaron fuego de la cocina, no del altar; no consultaron a Moshé y a Aharón; no se consultaron mutuamente. De acuerdo con algunas opiniones, fueron culpables de arrogancia. Ellos estaban impacientes por asumir los roles de liderazgo; y no se casaron por considerar que eran superiores a tales cosas. Sin embargo, otros ven sus muertes como un castigo tardío por un pecado previo, cuando en el Monte Sinaí "comieron y bebieron" ante la presencia de Dios (Éxodo 24:9-11)

Estas interpretaciones representan lecturas de los cuatro lugares en la Torá en los que se menciona la muerte de Nadav y Avihu (Levítico 10:2, 16:1, Números 3:4, 26:61), así como la referencia a su presencia en el Monte Sinaí. Cada una es una profunda meditación respecto a los peligros de un entusiasmo exagerado en la vida religiosa. Sin embargo, la explicación más simple es la que está explícita en la Torá misma. Nadav y Avihu murieron porque ofrecieron un fuego no autorizado (literalmente: extraño). Esto significa "que no les había sido ordenado". Para entender el significado de esto necesitamos recordar el significado de lo sagrado, kadosh, y del Mikdash como el hogar de lo sagrado.

Lo sagrado es ese segmento de tiempo y espacio que Dios ha reservado para Su presencia. La creación implica ocultamiento. La palabra olam, universo, semánticamente está conectada con la palabra neelam, oculto. Para darle a la humanidad parte de Sus propios poderes creativos (el uso del lenguaje para pensar, comunicarse, entender, imaginar alternativas futuras y elegir entre ellas), Dios tuvo que hacer algo más que crear el homo sapiens. Debía "borrarse" a sí mismo (lo que los kabalistas llaman tzimtzum), para crear espacio para la acción humana. Ningún acto individual indica con mayor profundidad el amor y la generosidad implícitos en la creación. Dios, tal como lo encontramos en la Torá, es como un padre que sabe que debe contenerse, dejar pasar, abstenerse de intervenir, para que sus hijos puedan llegar a ser responsables y maduros.

Pero hay un límite. Borrarse por completo sería equivalente a abandonar el mundo, desertar a sus propios hijos. Eso Dios no lo haría. ¿Cómo deja entonces Dios un rastro de Su presencia en la tierra?

La respuesta bíblica no es filosófica. Una respuesta filosófica (pensando en términos de la filosofía occidental, comenzando en la antigüedad con Platón y en la modernidad con Descartes), sería una que se aplicara universalmente, es decir en toda época y en todo lugar. Pero no hay respuestas que se apliquen a todo momento y a todo lugar. Por eso la filosofía no puede y nunca llegará a entender la aparente contradicción entre la creación Divina y el libre albedrío humano, o entre la presencia Divina y el mundo empírico en el cual reflexionamos, elegimos y actuamos.

El pensamiento judío es contra-filosófico. Él insiste en que las verdades están impregnadas en momentos y lugares particulares. Hay momentos sagrados (el séptimo día, el séptimo mes, el séptimo año y el final de siete ciclos de siete años, el jubileo). Hay personas sagradas (los hijos de Israel en general; dentro de ellos los leviim y dentro de ellos los cohanim). Y hay espacios sagrados (eventualmente Israel, dentro de ella Jerusalem, en ella el Templo; en el desierto estaba el Mishkán, el Kódesh y el Kódesh HaKodashim).

Lo sagrado es ese punto de tiempo y espacio en el cual la presencia de Dios se encuentra con el tzimtzum, la autorenuncia, por parte de la humanidad. Así como Dios hace espacio para el hombre con un acto de autolimitación, también el hombre hace lugar para Dios con un acto de autolimitación. Lo sagrado es donde Dios se experimenta como una presencia absoluta. No accidental sino esencialmente, esto sólo puede tener lugar a través de una renuncia total de la voluntad y de la iniciativa humana. Esto es así no porque Dios no valore la voluntad y la iniciativa humana, sino por el contrario: Dios le da fuerza a la humanidad para usarlos y convertirse en Sus "socios en la obra de la creación".

Sin embargo, para ser fieles a los propósitos de Dios, debe haber momentos y lugares en los cuales la humanidad experimente la realidad de lo Divino. Esos momentos y lugares requieren absoluta obediencia. El error más fundamental, el error de Nadav y Avihu, es tomar los poderes que pertenecen al encuentro del hombre con el mundo, y aplicarlos al encuentro del hombre con lo Divino. Si Nadav y Avihu hubieran utilizado su propia iniciativa para luchar contra el mal y la injusticia, hubieran sido héroes. Pero usaron su propia iniciativa en el terreno de lo sagrado, y se equivocaron. Ellos afirmaron su propia presencia ante la presencia absoluta de Dios. Eso es una contradicción de términos, por eso murieron.

Es un error pensar en Dios como caprichoso, celoso y enojado, un mito divulgado por los primeros cristianos en un intento por definirse a sí mismos con la religión del amor, superando al Dios cruel, duro y vengativo del "Viejo Testamento". Cuando la Torá misma usa estos términos, ella "habla en el lenguaje de la humanidad", es decir, en términos que la gente entenderá.

En verdad, el Tanaj es una historia de amor completa: el amor apasionado del Creador por Sus criaturas, que sobrevive a todas las decepciones y traiciones de la historia humana. Dios necesita que lo encontremos, no porque Él precisa a la humanidad, sino porque nosotros lo necesitamos a Él. Si la civilización debe ser guiada por el amor, la justicia y el respeto por la integridad de la creación como tal, debe haber momentos en los que dejemos atrás el "yo" y encontremos la plenitud del ser en toda su gloria. Esta es la función de lo sagrado; el punto en el cual el "yo soy" se queda callado ante la abrumadora presencia del "Hay". Esto fue lo que olvidaron Nadav y Avihu: que para entrar a un espacio y a un momento sagrado es necesario tener humildad ontológica, renunciar por completo a la iniciativa y al deseo humano.

La importancia de esto no puede sobreestimarse. Cuando confundimos la voluntad de Dios con nuestra propia voluntad, convertimos lo sagrado (la fuente de vida) en algo profano y en la fuente de la muerte. El ejemplo clásico de esto es la "guerra santa": investir al imperialismo (el deseo de gobernar sobre otros pueblos) con el manto de la santidad como si la conquista y la conversión forzada fueran la voluntad de Dios. La historia de Nadav y Avihu nos recuerda una vez más la advertencia pronunciada por primera vez en los días de Caín y Hével. El primer acto de adoración condujo al primer asesinato. Al igual que la fusión nuclear, la adoración genera poder, lo cual también puede ser profundamente peligroso.

El episodio de Nadav y Avihu fue escrito en tres clases de fuego. Primero está el fuego del cielo:

Un fuego surgió delante de Dios y consumió sobre el altar la ofrenda de ascensión… (9:24)

Este era el fuego favorable, que consumió el servicio del Santuario. Luego vino el "fuego no autorizado" ofrecido por los dos hermanos:

Los hijos de Aharón, Nadav y Avihu, cada unió tomó su incensario y pusieron fuego en ellos y colocaron sahumerio sobre ellos, y ofrecieron delante de Dios un fuego extraño que Él no les había ordenado. (10:1)

Entonces estuvo el contra-fuego desde el cielo:

Surgió un fuego de delante de Dios que los consumió y murieron delante de Dios. (10:2)

El mensaje es simple y sumamente serio: la religión no es lo que pensó que sería el iluminismo europeo: muda, marginal y templada. Es un fuego, y como el fuego, calienta, pero también quema. Y nosotros somos los guardianes de la llama.

Shabat Shalom

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