Un hombre, una cirugía, dos posibles finales

27/03/2024

5 min de lectura

Cómo un hombre se enfrentó al momento definitivo de la verdad.

Reb Yosef tenía alrededor de 70 años cuando se enteró por completo de la gravedad de su condición. Durante muchos años, había sufrido de falta de aliento y dolores en el pecho como espasmos. Pero, como muchos de nosotros, había evitado las temidas, aunque necesarias, citas médicas.

"Voy a estar bien", repetía. "Los dolores vienen, pero se van. Y, ¿qué saben realmente los doctores?".

Habiendo nacido y crecido en Jerusalem, Reb Yosef estaba hecho de material resistente, pero había llegado el momento en que ya no podía evitar la triste verdad. Su condición era grave y no iba a desaparecer por sí sola.

Reb Yosef nunca había ocupado una posición oficial de renombre o gloria. Maestro querido, mentor de cientos y bastión de creencia inquebrantable, se comportaba con una humildad extraordinaria y una confianza imperturbable. Los viejos de Jerusalem saben de gente como Reb Yosef. Hay más de uno de ellos. Huyen del foco de atención, detestan el honor y guían silenciosamente a aquellos que buscan una palabra de consuelo, consejo o seguridad.

No reverencian a Dios. Viven con Dios... en cada momento y con cada fibra de su ser.

"Debemos enfrentar la realidad, rabino", dijo el Dr. M. "Los medicamentos no están funcionando. Hemos probado varios tipos de medicamentos durante varios meses. Realmente solo queda una opción".

Reb Yosef se sentó con calma y escuchó. Sabía lo que venía.

"La única opción que queda es la cirugía; y sí, es bastante riesgosa".

"Si la cirugía tiene éxito, podría vivir 20 años más. Pero hay un 50/50 de posibilidades de que no salga vivo del quirófano".

El Dr. M. continuó describiendo los detalles de la terriblemente complicada cirugía de corazón que representaba la mejor y única esperanza que tenía. Reb Yosef no preguntó sobre números, probabilidades o posibilidades. Esa no era su manera. Pero el Dr. M. los ofreció de todos modos.

"Voy a ser totalmente honesto con usted, rabino. Sin esta operación, podría no vivir más de 12 meses. Si la cirugía tiene éxito, podría vivir 20 años más. Pero hay un 50/50 de posibilidades de que no salga vivo del quirófano. La decisión es totalmente suya".

Imagina enfrentarte a ese tipo de dilema. Imagina a su esposa e hijos. ¿Quieren que se someta a la operación, sabiendo muy bien que podrían no volver a verlo? ¿O se atreven a no correr un riesgo de esa magnitud y simplemente esperar y rezar para que el doctor esté equivocado? Encontrarse con un dilema de esta importancia es residir en uno de los vecindarios más peligrosos de la vida.

Después de varias noches sin dormir y varias consultas con los hombres más sabios, Reb Yosef concluyó que era un riesgo que valía la pena correr.

En el quirófano

Fue poco tiempo después que Reb Yosef ingresó al hospital. Personas que deseaban lo mejor desde todos lados, cuyas almas habían sido tocadas por su bondad y su santidad, rezaron por su salud para que la operacion fuera exitosa. Pero solo sus familiares más cercanos tuvieron permiso de estar a su lado en los preciosos momentos previos a la operación.

Y entonces, llegó el momento.

Transportaron a Reb Yosef fuera de su habitación con su modesta procesión ansiosa siguiéndolo de cerca. Su esposa, entre otros, fortalecida y decidida; su nieta, aterrorizada y confundida. Nadie dijo una palabra. No había nada que decir.

En el camino más largo que tomó el menor tiempo, llegaron a su destino: el quirófano. Era hora de separarse.

La sala de operaciones era una peculiar mezcla de esterilidad y morbilidad. Aquí es donde la vida habla por sí misma. Aquí es donde el mañana espera a aquellos que no pueden. Aquí es donde el destino gobierna y el juicio se dicta para siempre.

Doctores, enfermeras y asistentes se movían de un lado a otro, ocupándose de las últimas tecnicidades, mientras el paciente, casi como un curioso pensamiento posterior, solo esperaba y observaba. Tantas personas, tantas máquinas, tanta luz brillante, tanto enfoque: todo dirigido en un esfuerzo unificado para traer vida y salud a un individuo.

Los preparativos finales estaban casi completos. El Dr. M presentó a Reb Yosef al equipo que pronto asumiría la augusta tarea de intentar salvar su vida. Luego, repasó brevemente el procedimiento que estaba por venir y lo que Reb Yosef podría esperar después de despertar. Ninguno de los dos hombres articuló la temida alternativa.

"Buena suerte", dijo el Dr. M al instruir al anestesiólogo para preparar la inserción del sedante.

Pero antes de que pudiera proceder, la mano de Reb Yosef de repente salió de la sábana y agarró el brazo del Dr. M.

"Usted me dijo lo que yo tenía que saber antes de la operación. Ahora yo le diré lo que usted tiene que saber antes de la operación".

"Si me permite", dijo el sabio gentil al buen doctor. "Hay algo que debo decirle antes de comenzar".

"Hace semanas usted me advirtió sobre los riesgos involucrados en someterme a este procedimiento. Fueron difíciles de escuchar y aún más difíciles de evaluar. Usted me dijo lo que yo tenía que saber antes de la operación. Ahora yo le diré lo que usted tiene que saber antes de la operación. Si esta cirugía no tiene éxito... si su intervención me lleva a la muerte en lugar de a la vida, naturalmente podría sentirse decepcionado. Incluso podría culparse por lo que ocurrió y lo que no ocurrió. Podría llegar tan lejos como para reevaluar sus habilidades como médico e incluso dudar del valor de este procedimiento. Como resultado de sus preguntas, podría ser reacio a realizar esta cirugía en otros, quienes de hecho, podrían beneficiarse enormemente de este tipo de operación. Sepa que la vida está en las manos exclusivas de Dios. Es Él y sólo Él quien determina nuestro destino, nosotros solo somos carne y sangre. No importa lo que pase aquí hoy, usted debe continuar su trabajo vital. Se le han dado talentos extraordinarios y debe usarlos sin dudar, sin remordimientos o vacilaciones. Porque no habrá sido usted quien falló, sino la voluntad del Creador la que ha hablado. Espero que entienda".

Fue un discurso corto pero penetrante. Y en él, yacía un regalo de dimensión eterna. El Dr. M. había realizado cientos de cirugías similares antes, pero nunca había conocido a nadie, en esas circunstancias difíciles, que tuviera la presencia, la claridad, la creencia pura y la bondad simple del hombre que yacía ante él en ese momento.

"Sí", respondió el Dr. M. "Entiendo. Estoy de acuerdo. Y estoy muy agradecido por lo que me ha dicho".

Fue una lección de vida de convicción completa e inquebrantable, que poseía el poder que solo podía venir de alguien que está sentado en la encrucijada de la vida.

El Dr. M. se recompuso y se volvió una vez más hacia el anestesiólogo y le hizo señas para que procediera. Pero parece que Reb Yosef no había terminado todavía.

"Y... eh... una cosa más... y esto es realmente el propósito de mis palabras para usted en este momento. Si despierto en una sala de recuperación en algún lugar, confío en que estará a mi lado. Juntos celebraremos un logro de enorme proporción. Pero sepa, buen doctor, que la vida está en las manos exclusivas de Dios. Es Él y solo Él quien determina nuestro destino, nosotros solo somos carne y sangre. No importa lo que pase aquí hoy, usted nunca puede tomar todo el crédito por extender la vida. Se le han dado talentos extraordinarios, y debe usarlos sin orgullo, arrogancia o vanidad. Usted es solo un mensajero de Dios, una rueda más en el molino de Su creación. Es por eso que quiero que sepa que si salgo vivo de esto, no habrá sido usted quien tuvo éxito, sino más bien la voluntad del Creador la que ha hablado. Espero que entienda".

El Dr. M. asintió lentamente. Era un momento que nunca olvidaría.

Reb Yosef le dio una suave sonrisa.

Y luego cerró los ojos.

Epílogo

Aunque el resultado de la cirugía es, de hecho, secundario a la brillante lección que Reb Yosef nos enseñó, probablemente te estás preguntando qué sucedió finalmente con él. Pero basta decir que Dios escuchó las plegarias de todos aquellos que lo conocían.

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