El animal social

04/03/2023

6 min de lectura

Vaiakel-Pekudei (Éxodo 35-40 )

Al comienzo de la parashat Vaiakel, Moshé hace un tikún, una corrección del pasado, es decir del Becerro de Oro. La Torá señala esto usando esencialmente la misma palabra al comienzo de ambos episodios. Eventualmente, esta se convirtió en una palabra clave en la espiritualidad judía: k-h-l, "reunir, congregar, agrupar". De allí derivan las palabras kahal y kehilá, que significan "comunidad". Lejos de ser simplemente una preocupación antigua, esto sigue estando en el eje de nuestra humanidad. Como veremos, las investigaciones científicas recientes confirman el extraordinario poder que tienen las comunidades y las redes sociales para dar forma a nuestras vidas.

Primero, la historia bíblica. El episodio del Becerro de Oro comienza con estas palabras: "El pueblo vio que Moshé se había demorado en descender de la montaña, y el pueblo se congregó (vaikahel) alrededor de Aharón…" (Éxodo 32:1). Al comienzo de la parashá de esta semana, al obtener el perdón de Dios y bajar las segundas Tablas, Moshé comienza el trabajo de reinaugurar al pueblo: "Moshé congregó (vaiakel) a toda la asamblea de los hijos de Israel…" (Éxodo 35:1) Ellos habían pecado como comunidad. Ahora estaban a punto de ser reconstituidos como comunidad. La espiritualidad judía es, antes que nada, una comunidad espiritual.

Prestemos atención a qué fue exactamente lo que Moshé hace en esta parashá. Él dirigió la atención del pueblo a los dos grandes centros comunitarios en el judaísmo: uno en el espacio, el otro en el tiempo. El del tiempo es el Shabat. El del espacio era el Mishkán, el Tabernáculo, que eventualmente llevó al Templo y luego a la sinagoga. Allí es donde la kehilá vive con más fuerza: en el Shabat, cuando dejamos de lado nuestros dispositivos y deseos privados y nos unimos como comunidad; y la sinagoga, el hogar de la comunidad.

El judaísmo otorga enorme significado al individuo. Cada vida es como un universo. A pesar de que todos fuimos creados a imagen e Dios, cada persona es diferente, y por lo tanto única e irremplazable. Sin embargo, la primera vez que aparecen en la Torá las palabras "no es bueno", es en el versículo que dice: "No es bueno que el hombre esté solo" (Génesis 2:18). Gran parte del judaísmo trata sobre la forma y la estructura de nuestra unión. Se valora al individuo, pero no se respalda el individualismo.

La nuestra es una religión de comunidad. Nuestras plegarias más sagradas sólo pueden decirse en presencia de un minián, la definición mínima de una comunidad. Cuando rezamos, lo hacemos como una comunidad. Martin Buber habló del Yo y del Tú, pero el judaísmo en verdad es una cuestión de Nosotros y Tú. Por lo tanto, para expiar por el pecado que los israelitas cometieron como comunidad, Moshé procuró consagrar a la comunidad en el tiempo y en el espacio.

Esta se ha convertido en una de las diferencias fundamentales entre la tradición y la cultura contemporánea del Occidente. Podemos rastrear esto en los títulos de tres libros emblemáticos sobre la sociedad estadounidense. En 1950, David Riesman, Nathan Glazer y Reuel Denney publicaron un libro muy sagaz sobre el carácter cambiante de los norteamericanos, llamado "The Lonely Crowd" ("La muchedumbre solitaria: un estudio sobre la transformación del carácter norteamericano"). En el 2000, Robert Putman de Harvard publicó "Bowling alone" ("Solo en la bolera: colapso y resurgimiento de la comunidad norteamericana"), un relato de cómo había más gente que nunca que jugaba bolos, pero muchos menos se unían a clubes y ligas de bolos. En el 2011, Sherry Turkle de MIT, publicó un libro sobre el impacto de los teléfonos inteligentes y el software de redes sociales, llamado "Alone Together" (Conectados pero solos).

Presta atención a esos títulos. Cada uno habla del avance de la ola de soledad, etapas sucesivas en el largo y extendido quiebre de la comunidad en la vida moderna. Robert Bellah lo dijo elocuentemente al escribir que "la ecología social se ha visto dañada no sólo por la guerra, el genocidio y la represión política. También fue dañada por la destrucción de los lazos sutiles que unen entre sí a los seres humanos, dejándolos solos y atemorizados".(1)

Es por esto que los dos temas de Vaiakel (el Shabat y el Mishkán, hoy la sinagoga), siguen siendo sumamente contemporáneos. Ellos son antídotos a la atenuación de la comunidad. Ellos ayudan a restaurar "los alzos sutiles que unen entre sí a los seres humanos". Ellos nos reconectan con la comunidad.

Consideremos al Shabat. Michael Walzer, el filósofo político de Princeton, llama la atención sobre la diferencia entre las vacaciones y los días sagrados (o como él dice, entre las vacaciones y el Shabat).(2) La idea de una vacación como una festividad privada es algo relativamente reciente. Walzer lo remonta al 1870. Su esencia es su carácter individual (o familiar). "Cada uno planea sus propias vacaciones, va a donde desea y hace lo que desea hacer". El Shabat, por contraste, es esencialmente colectivo: "Tú, tu hijo y tu hija, tu siervo y tu sirvienta, tu buey, tu asno, tus otros animales, el extranjero en tus portones". Es algo público, compartido, propiedad de todos. Las vacaciones son una mercancía. Algo que compramos. El Shabat no es algo que compramos. Está disponible para todos en los mismos términos: "obligatorio para todos, disfrutado por todos". Como individuos o familias nos tomamos vacaciones. Al Shabat lo celebramos como comunidad.

Algo similar ocurre con la sinagoga, la institución judía, única en un primer momento, que eventualmente fue adoptada por el cristianismo y por el islam en la forma de la iglesia y la mezquita. Antes señalamos el argumento de Robert Putnam en "Bowling Alone", respecto a que los norteamericanos se habían vuelto más individualistas. Él dijo que hubo una pérdida del "capital social", es decir de los nexos que nos unen con una responsabilidad compartida por el bien común.

Una década más tarde, Putnam revisó su tesis.(3) Entonces dijo que el capital social seguía existiendo, y se lo podía encontrar en las iglesias y sinagogas. Su estudio demostró que quienes asistían de forma regular a un lugar de culto tienen más probabilidades que otros de dar dinero para caridad, dedicarse a trabajos voluntarios, donar sangre, pasar tiempo con alguien deprimido, ofrecer un asiento a un extraño, ayudar a alguien a encontrar un trabajo, y muchas otras medidas de activismo cívico, moral y filantrópico. Simplemente, ellos tienden más a un comportamiento cívico que otros. La asistencia regular a un lugar de culto es el signo que permite predecir con mayor precisión el altruismo, más que cualquier otro factor, incluyendo el género, la educación, los ingresos, la raza, la región, el estado civil, la ideología y la edad.

Lo más fascinante de sus hallazgos es que el factor clave es ser parte de una comunidad religiosa. Lo que no resulta relevante es lo que uno cree. Los hallazgos de la investigación sugieren que un ateo que va regularmente a un lugar de culto (quizás para acompañar a su cónyuge o a un hijo), tiene más probabilidades de ser voluntario en un comedor de beneficencia que un creyente ferviente que siempre reza solo en su casa. El factor clave es la comunidad.

Esta puede ser una de las funciones más importantes de la religión en una era secular: mantener viva la comunidad. La mayoría necesitamos a la comunidad. Somos animales sociales. Los biólogos evolutivos han sugerido que el gran incremento de tamaño del cerebro representado por el Homo sapiens se debió específicamente a la necesidad de formar redes sociales más extensas. Más que el poder de la razón, lo que nos diferencia de otros animales es la capacidad humana de cooperar en grandes equipos. Como dice la Torá, no es bueno estar solo.

Investigaciones recientes también llegaron a esta conclusión. Con quien te asocias tiene un fuerte impacto en lo que haces y en quién te conviertes. En el 2009, Nicholas Christakis y James Fowler analizaron estadísticamente a un grupo de 5.124 sujetos y sus 53.228 nexos con amigos, parientes y colegas laborales. Ellos descubrieron que si un amigo comienza a fumar, eso incrementa significativamente las probabilidades de que también tú lo hagas (en un 36 por ciento). Lo mismo ocurre con la bebida, la delgadez, la obesidad y muchos otros patrones de comportamiento.(4) Nos volvemos parecidos a las personas con quienes estamos.

Un estudio sobre los alumnos de la universidad Dartmouth en el año 2000 reveló que si compartes la habitación con alguien que tiene buenos hábitos de estudio, es probable que mejore tu propio rendimiento. Un estudio de Princeton del 2006 demostró que si tu hermano tiene un hijo, eso hace un 15 por ciento más probable que tú también lo tengas en los próximos dos años. El "contagio social" existe. Nos vemos profundamente influenciados por nuestros amigos, tal como declaró Maimónides en su código legal, Mishné Torá (Leyes de las cualidades del carácter, 6:1).

Lo que nos lleva de regreso a Moshé y Vaiakel. Al colocar a la comunidad en el centro de la vida religiosa y darle un hogar en el espacio y en el tiempo (la sinagoga y el Shabat), Moshé estaba demostrando el poder positivo de la comunidad, tal como el episodio del Becerro de Oro mostró su poder negativo. La espiritualidad judía es en su mayor parte profundamente comunal. Por lo tanto, esta es mi definición de la fe judía: la redención de nuestra soledad.

Shabat Shalom


NOTAS

  1. Robert Bellah et al., Habits of the heart: individualism and commitment in American life, Berkeley: University of California Press, 1985, 284.
  2. Michael Walzer, Spheres of Justice, Oxford, Blackwell, 1983, 190-196.
  3. Robert Putnam and David E. Campbell, American Grace: How Religion Divides and Unites Us, New York: Simon & Schuster, 2010.
  4. Nicholas Christakis and James H. Fowler, Connected: The Surprising Power of Our Social Networks and How They Shape Our Lives. New York: Little, Brown, 2009.
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