Espejos de amor

05/03/2024

5 min de lectura

Pekudei (Éxodo 38:21-40:38 )

En la Parashá Vaiakel, que describe la construcción del Mishkán, la Torá se esfuerza por enfatizar el rol que tuvieron las mujeres:

Vinieron los hombres junto con las mujeres, todos los generosos de corazón trajeron brazaletes, zarcillos, sortijas y adornos íntimos, cualquier utensilio de oro. (Éxodo 35:22)

Toda mujer sabia de corazón hiló con sus manos y trajeron el hilado, la lana turquesa, la lana púrpura, la lana carmesí y el lino. Y todas las mujeres cuyo corazón las inspiró con sabiduría, hilaron el vellocino de cabra. (35:25-26) Todo varón y toda mujer de los israelitas, cuyos corazones los habían motivado a traer para cualquiera de las labores que Dios, a través de Moshé, había ordenado hacer, trajeron una contribución para Dios. (Éxodo 35:29)

De hecho, el énfasis es todavía mayor de lo que parece en la traducción, debido a la inusual locución del versículo 22, vaiavou haanashim al hanashim, lo que implica que las mujeres llegaron primero con sus donaciones, y los hombres simplemente siguieron su ejemplo (Ibn Ezra, Rambán, Rabenu Bejaia).

Esto es todavía más impresionante dado que la Torá sugiere que las mujeres se negaron a contribuir para la construcción del Becerro de Oro (ver los comentarios sobre Éxodo 32:2). Las mujeres tenían una sensación de juicio en la vida religiosa, qué era servicio verdadero y qué era falso, algo que a los hombres les faltaba.

El Kli Iakar (Rav Shlomo Efraim Luntschitz, 1550-1619) incluso señala que dado que el Tabernáculo era una expiación por el Becerro de Oro, las mujeres no necesitaban en absoluto contribuir, dado que eran los hombres y no las mujeres quienes necesitaban expiación. De todos modos, las mujeres donaron, e incluso lo hicieron antes que los hombres.

Pero lo más emotivo es este versículo:

Él [Betzalel] hizo el lavabo de cobre y su base de cobre, de los espejos de las dedicadas mujeres [hatzoveot] que se congregaron a la entrada de la Tienda del Encuentro. (Éxodo 38:8)

Los Sabios (en Midrash Tanjuma) cuentan una historia sobre esto. Así la cuenta Rashi:

Las mujeres israelitas tenían espejos, en donde se miraban para arreglarse. Incluso estos [espejos] ellas llevaron como contribución para el Mishkán, pero Moshé los rechazó porque estaban hechos para la tentación [es decir, para inspirar pensamientos lujuriosos]. El Santo, Bendito Sea, le dijo: "Acéptalos, porque ellos son para Mí más valiosos que cualquier otra cosa, porque con ellos las mujeres formaron legiones [con los hijos que dieron a luz] en Egipto". Cuando sus esposos estaban agotados por el duro trabajo, ellas iban a llevarles comida y bebida y les daban de comer. Entonces ellas sacaban los espejos y cada una se reflejaba en ellos con su esposo, y lo seducía diciéndole: 'Yo soy más bella que tú'. De esta forma ellas despertaban el deseo de sus esposos y tenían relaciones íntimas, concibiendo y dando a luz, como está escrito: 'Bajo el manzano desperté tus deseos'. Este es [el significado] de bemarot hatzoveot [literalmente: los espejos de aquellas que crearon legiones]. De eso [los espejos] fue hecho el Lavabo.

Esta es la historia. Los egipcios no sólo querían esclavizarlos, sino que querían terminar con el pueblo de Israel. Una forma de hacerlo fue matar a todos los niños varones. Otra fue simplemente interrumpir la vida familiar normal. Tanto hombres como mujeres trabajaban todo el día. El Midrash dice que a la noche tenían prohibido regresar a sus hogares. Tenían que dormir donde trabajaban. La intención era destruir tanto la privacidad como el deseo sexual, para que los israelitas no tuvieran más hijos.

Las mujeres entendieron esto y decidieron frustrar el plan del faraón. Ellas usaban los espejos para ponerse atractivas para sus esposos. El resultado fue que continuaron las relaciones íntimas. Las mujeres concibieron y tuvieron hijos (las "legiones" a las que se refiere la palabra tzoveot). Sólo por eso hubo una nueva generación de niños judíos. Las mujeres, con su fe, coraje e ingenio, aseguraron la supervivencia judía.

El Midrash continúa diciendo que cuando Moshé ordenó a los israelitas llevar ofrendas para hacer el Tabernáculo, la gente llevó oro, plata, bronce y joyas. Pero muchas de las mujeres no tenían nada de valor para contribuir, excepto los espejos que se habían llevado con ellas al salir de Egipto. Ellas llevaron los espejos a Moshé, quien reaccionó con disgusto. Él pensó: ¿qué tienen que ver estos objetos baratos, usados por las mujeres para ponerse más atractivas, con el Santuario y lo sagrado? Dios reprendió a Moshé por pensar de esa manera, y le ordenó aceptarlos.

La historia es muy fuerte. Ella nos dice, al igual que muchos otros Midrashim, que sin la fe de las mujeres, los judíos y el judaísmo nunca hubiera sobrevivido. Pero también nos dice algo absolutamente fundamental sobre cómo entiende el judaísmo al amor en la vida religiosa.

En su impresionante libro "Love: A History" (2011), el filósofo Simon May escribe: "Si el amor en el mundo Occidental tiene un texto fundacional, ese texto es hebreo". El judaísmo ve al amor como algo supremamente físico y espiritual. Ese es el significado de "Amarás al Eterno tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tus fuerzas" (Deuteronomio 6:5). Este no es un lenguaje de meditación o contemplación, filosófico o místico. Es el lenguaje de la pasión.

Incluso Maimónides, por lo general muy cerebral, escribe esto sobre el amor a Dios:

¿Cuál es el amor a Dios que es apropiado? Es amar a Dios con un amor grande y extremo, tan fuerte que el alma debe conectarse con el amor a Dios, de modo que continuamente se vea cautivado por él, como un individuo enamorado cuya mente nunca está libre de pasión por una mujer particular y en todo momento piensa en ella… Todavía más intenso debe ser el amor a Dios en los corazones de quienes lo aman. Deben estar en todo momento embelesados por este amor. (Leyes del arrepentimiento 10:5).

Este es el amor que encontramos en pasajes como el Salmo 63:2: "Mi alma está sedienta de Ti, mi carne te anhela, en una tierra seca y yerma donde no hay agua". Sólo porque los Sabios pensaban de esta forma sobre el amor, dieron por sentado que El Cantar de los Cantares, una serie de poemas de amor extremadamente sensuales, habla del amor entre Dios e Israel. Rabí Akiva lo llamó "el más santo entre los santos" de la poesía religiosa.

Fue el cristianismo, bajo la influencia de la Grecia clásica, quien marcó una distinción entre eros (el amor como un intenso deseo físico) y agape (un amor calmo, desapegado de la humanidad en general y de las cosas en general), y declaró que lo segundo, no lo primero, era lo religioso. Fue esta misma influencia griega lo que llevó al cristianismo a leer la historia de Adam y Javá y el fruto prohibido como una historia de deseo sexual pecaminoso, una interpretación que no debería tener ningún lugar en el judaísmo.

Simon May habla del amor a Dios en el judaísmo caracterizado por "intensa devoción, confianza absoluta, temor de su poder y presencia, e intenso, aunque a menudo cuestionador y absorbedor en su voluntad… sus estados de ánimo son una combinación de la piedad de un vasallo, la intimidad de los amigos, la fidelidad de los cónyuges, la dependencia de un niño, la pasión de los amantes…". Más adelante agrega: "La creencia generalizada de que la Biblia hebrea se trata toda de venganza y "ojo por ojo", mientras que los evangelios supuestamente inventaron el amor como un valor incondicional y universal, debe ser por lo tanto uno de los malentendidos más extraordinarios en toda la historia occidental".

El Midrash dramatiza este contraste entre eros y agape como una discusión entre Dios y Moshé. Moshé cree que la cercanía a Dios se trata de celibato y pureza. Dios le enseña otra cosa: que el amor apasionado, cuando se ofrece como un regalo a Dios, es el amor más valioso de todos. Este es el amor sobre el que leemos en Shir HaShirim. Es el amor del que escuchamos en Iedid Nefesh,(1), la audaz canción que entonamos al comienzo y hacia el final del Shabat. Cuando las mujeres ofrecieron a Dios los espejos con los cuales despertaron el amor de sus esposos en los oscuros días de Egipto, Dios le dijo a Moshé: "Estos son para Mí más valiosos que cualquier otra cosa". Las mujeres entendieron, mejor que los hombres, qué significa amar a Dios "con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas".


Notas

  1. Iedi Nefesh generalmente se atribuye a Rav Elazar ben Moshé Azikiri (1533-1600). Sin embargo Stefan Reif  (The Hebrew Manuscripts at Cambridge University Libraries, 1997, p. 93) hace referencia a una aparición previa de la canción en un manuscrito de Samuel ben David ben Salomón, circa 1438.
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