Mi camino para liberarme del alcohol

19/06/2023

8 min de lectura

El momento en que comprendí que el alcohol me quitaba más de lo que me daba.

3 AM.

La mayoría de las noches me despertaba a esta hora poco amistosa y los pensamientos llegaban de inmediato. ¿Por qué no puedo controlar cuánto bebo? ¿Cómo puedo estar en esta ridícula posición? ¿Cómo puedo hacerle esto a la gente que amo, a mí misma? ¿Cómo es posible que un vaso de líquido fermentado tenga tanto poder sobre mí? ¿Cuán patética es mi existencia?

Y luego la vergüenza:

¿Cómo puedo actuar de esta manera? Soy una mujer religiosa. La esposa de un rabino. Supuestamente soy un modelo a seguir y una inspiración para mi comunidad. Y además, ¡soy coach! Si alguien llega a descubrir mi yo verdadero, ¿qué dirá? ¡Soy una farsante!

Entonces llegaban las inevitables promesas: Dejaré de beber. Se terminó. Esto es una locura. Nunca más.

Daba vueltas hacia un lado y hacia el otro, reflexionando sobre la bebida, la frustración, la maternidad y la inadecuación, a menudo hasta que la oscuridad desaparecía y llegaba la luz del día. Perseguía al sueño, pero él me eludía. A veces descansaba durante las primeras horas de la mañana. Pero muy pronto llegaba el momento de despertarme y comenzar el día.

Y eso era exactamente lo que hacía. Comenzaba el día y funcionaba normalmente. Llevaba a mi hijo a la escuela y cumplía con mi trabajo y mis responsabilidades. Sí, me dolía la cabeza, pero lo resolvía con Tylenol y mucha agua. Sí, había una voz pequeña en el fondo de mi cabeza enviando mensajes mudos de preocupación y advertencia respecto a que mi relación con la bebida no era correcta, pero mis justificativos sobrepasaban a mis preocupaciones. A fin de cuentas, la gente bebía mucho más que yo. Yo nunca bebía en exceso ni caía desmayada, estaba a años luz de tocar fondo. En realidad, el tema estaba bastante bajo control. Nunca bebía más de tres vasos. Todo el mundo tiene que relajarse y vivir un poco. Además, por fuera me veía completamente normal y nadie estaba en absoluto preocupado por mí. Al parecer yo estaba analizando demasiado el asunto, pero en verdad todo estaba completamente bien.

Pero… ¿realmente lo estaba?

Las últimas horas de la mañana y la siesta traían un agradable respiro a mi preocupación por el alcohol. De hecho, olvidaba todo y seguía adelante con mi vida. De hecho, mi vida era maravillosa, novedosa y emocionante. Hacía poco que nos habíamos mudado a un hermoso barrio en Jerusalem. Vivíamos cerca de un bosque y cada día realizaba caminatas por las colinas de Judea, asombrada por nuestra decisión de redirigir el destino de nuestra familia hacia Israel. Si bien la decisión fue dolorosa e implicó dejar a parte de nuestra familia y a nuestra comunidad, estaba y estoy profundamente orgullosa de la decisión de vivir en Israel. Me preocupaba aprender hebreo, aclimatarme a mi nuevo hogar y dar comienzo a mi trabajo como coach para la comunidad angloparlante en Jerusalem.

A pesar de toda la gratitud y emoción de este nuevo capítulo de nuestras vidas, no podía dejar de lado la sensación de que algo no estaba en su lugar. A menudo estaba de mal humor y me retraía. Constantemente discutía con mi hijo y no podía negar que había crecido la tensión con mi esposo. Comencé a sentirme un poco paranoica y me cuestionaba si mi familia me amaba. ¿Acaso pensaban que era egoísta? ¿Se daban cuenta de que estaba deprimida? ¿Estaba perdiendo el afecto de mi esposo? ¿Era una mala madre?

A menudo atribuía estos pensamientos depresivos al inevitablemente doloroso proceso de dejar a la familia, mudarse a un nuevo país y comenzar de cero en un mundo completamente nuevo. Constantemente pasaba de aceptar estos sentimientos como algo normal dado el cambio sísmico que habíamos realizado y la sensación intuitiva de que había "algo" que debía enfrentar.

Todo era bastante confuso, pero había una cosa que sabía con certeza: a las 5 de la tarde recibía la visita de la "bruja del vino", esa voz en mi cabeza que me decía que era hora de relajarme, que una copa de vino era mi forma de relajarme, casi como un premio por haber pasado otro día en esta tierra. ¡Qué manera tan agradable y necesaria de relajarse al final del día!

Comenzaba a pensar, incluso a planificarlo. ¿Cuánto vino quedaba en la botella que había en el refrigerador? No podía abrir una botella nueva de vino y dejarla sobre la mesada, ¿qué iba a pensar mi marido? ¡De ninguna manera voy a esconder la botella! Eso NO es normal. Voy a agregar hielo a mi copa para estirar mi trago. Le voy a agregar un poco de agua a la botella para que no se vea que estuve bebiendo. ¿Debo abrir una botella de tinto, ya que queda muy poco en la botella de vino blanco? ¿Debo usar un vaso descartable para ocultar la evidencia?

A pesar de que esa pequeña voz interna intuía que había un problema, cada noche era una experta en ignorarla. Era hora de relajarme, preparar la cena, limpiar y disfrutar mi vino.

Porque eso era lo que pensaba: que necesitaba el vino para relajarme y disfrutar de mi vida. De hecho, creí esto durante muchos años. Hasta que descubrí la verdad sobre mí misma y mi relación con el alcohol.

Mi camino hacia la libertad

Mi camino para liberarme del alcohol comenzó hace un año, cuando escuché algo impresionante que decidí ignorar. Mi amiga Katie había llegado a visitarme y yo fui a servirnos una copa de vino. Katie y yo amamos estar juntas y hablar sobre la vida compartiendo una botella de vino, casi como una insignia tácita de la fuerte amistad que nos une.

Pero ese día fue diferente.

"De hecho, decidí dejar de beber", me dijo Katie con renuencia. "Por favor, no te sientas mal. Sabes cuánto te amo. Pero comprendí que mi vida puede ser mucho mejor… mucho más feliz, sin alcohol".

De hecho, me sentí mal. ¿Qué era lo que ella entendía y yo no? ¿Acaso yo no era feliz? Me moví incómoda en mi silla.

Entonces Katie me describió su investigación sobre un fenómeno común llamado "la zona gris del consumo de alcohol". Esta zona gris es definida por los expertos como ese espacio turbio entre el consumo social (tómalo o déjalo) y el consumo destructivo (total). Lo que hace que sea más difícil de "diagnosticarlo" es que las personas que se encuentran en esta zona no siempre exhiben síntomas. Parecen completamente normales y totalmente funcionales. A veces incluso son asombrosos, exitosos e inspiradores. Son directores de empresas y administradores de grandes sumas de dinero. Son terapeutas y maestros. Son padres y esposos dedicados. Pero sin que lo reconozcan quienes los rodean, el alcohol llegó a ser demasiado importante y el deseo por beber ocupa el centro de sus vidas.

De acuerdo con Jolene Park, coach de salud, nutricionista y fundadora de "The Gray Area Drinking Resource Hub", algunas de las características más comunes de los bebedores de zona gris incluyen:

  • Pueden de dejar de beber y han dejado de beber durante algunos períodos de tiempo (incluso semanas o meses), pero al final vuelven a beber.
  • El hecho de volver a beber no es un problema porque las personas que los rodean no piensan que ellos tienen algún problema con la bebida.
  • Ellos van de un lado para el otro entre "ignorar esa voz interior que les dice que deben dejar de beber" y "decidir que están pensando demasiado y que sólo necesitan vivir un poco".
  • En silencio, se preocupan y cuestionan su forma de beber, a menudo durante varios años antes de dejar de beber definitivamente.

¿Acaso Jolene estaba dentro de mi cabeza? ¡Yo era exactamente lo que ella describía! Vi una y otra vez su poderosa charla TED, y sentí que hablaba de mí. Busqué en Google sobre la zona gris del consumo de alcohol y descubrí muchísimos recursos. ¿Cómo era posible que nunca antes hubiera escuchado hablar de eso? ¿Acaso nuestra cultura espera que toquemos fondo y entremos a un centro de rehabilitación antes de dar respuesta a nuestras preocupaciones? Millones de personas se preocupan por sus hábitos con la bebida mucho antes de ser definidas como alcohólicas. Leí todo lo que encontré y descubrí un universo de personas que sentían lo mismo que yo. Me sentí acompañada y alentada.

Entonces decidí ignorarlo… y seguir bebiendo.

Adelantemos rápidamente a un año más tarde. Era el segundo día de Pésaj. Estaba limpiando después del Séder. El sol se había puesto, la festividad había terminado y yo estaba en mi lugar habitual en el fregadero de la cocina, lavando los platos. Habían cambiado muchas cosas, nuestra mudanza a Israel y el comienzo de una nueva vida… Pero mis hábitos con la bebida seguían siendo los mismos. Y también lo eran el ciclo de emociones y síntomas fisiológicos que acompañan el fenómeno. Me despertaba temprano en la mañana con una ansiedad inexplicable, los ataques de pensamientos depresivos, la preocupación constante respecto a que algo estaba mal. Esa noche fui a servirme una copa de vino, como solía hacer cuando ordenaba después de Shabat y de las festividades judías. Pero de repente me detuve.

¿Bebía para aliviar la ansiedad o en verdad era el alcohol lo que creaba la ansiedad?

¿Acaso era el alcohol lo que me llevaba a sentirme deprimida?

¿Bebía para aliviar la ansiedad o en verdad era el alcohol lo que creaba la ansiedad?

¿No acabábamos de celebrar la noche previa la festividad de la libertad?

¿Era una esclava del alcohol?

¿Qué significa ser libre?

Inspiré profundamente, me senté en una silla de la cocina y reflexioné sobre un punto clave de la Hagadá. Los israelitas, en un estado bajo y confuso, clamaron a Dios lo mejor que pudieron: "Y clamamos al Eterno, el Dios de nuestros padres, y Él escuchó nuestra voz y vio nuestro sufrimiento, nuestro trabajo y nuestra opresión".

Y allí fue cuando comenzó el proceso de la redención.

Entonces, con el corazón repleto de esperanzas por mi propia redención, yo también clamé a Dios: "¡Dios!, por favor, ayúdame a QUERER dejar de beber! No puedo hacerlo sin Ti".

De repente, recordé las palabras de Katie. ¿Mi vida sería más feliz si dejaba de beber? ¿Cómo quería sentirme? ¿Qué clase de persona deseaba ser? ¿El alcohol me acercaba o me alejaba de la vida que en verdad deseaba vivir?

En vez de mi acostumbrada copa de vino, me alejé de la botella (y también del lavabo repleto de platos). Encendí mi computadora y comencé a revisar la vasta gama de recursos y redes de apoyo para los bebedores de la zona gris.

Desde entonces, no volví a probar ni un sorbo de alcohol. Y todavía más importante: cada día pierdo más el deseo de beber.

Me siento viva, libre y sin culpa. Aprendí de los expertos que me educaron e inspiraron para entender los efectos reales del alcohol y qué es lo que implica cambiar toda la forma en que uno se relaciona con él. Me puse en contacto con una comunidad cálida que apoya a cada persona en su propio camino con absoluta compasión. Mi sueño se ha normalizado (¡no más pensamientos a las 3 AM!) y los pensamientos paranoicos y depresivos desaparecieron. Ya no estoy en conflicto con mi familia. Dejé de aislarme y tomar las cosas demasiado personalmente. Y cuando tengo una dificultad, la enfrento. Todo lleva trabajo y esfuerzo. Simplemente soy yo misma, liberada de las garras del alcohol.

En Shavuot celebré 49 días liberada del alcohol. Cada año, en Shavuot renovamos nuestro compromiso con Dios y volvemos a comprometernos a nuestra relación con Él a través de la Torá. Una relación de alegría, cercanía, confianza e intimidad, que es la razón por la que fuimos liberados también físicamente. La vida sin alcohol me libera del ciclo de vergüenza y negación y me acerca más a mí misma, a mis seres amados y a mi Dios.

Dudé en contar mi historia, porque es algo demasiado común y en verdad nada espectacular. Es algo que experimentan muchas personas. Pero entendí que esa es exactamente la razón por la cual debo contarla. Esta historia puede estar describiéndote a ti, o sin ninguna duda a alguien que conoces y amas. Debido a que es algo tan común, se lo debe contar.

También dudé en contar mi historia porque me sentía avergonzada. ¿Qué pensarían todos de mí? ¿Perdería a mis clientes? ¿Mi comunidad se sentiría desilusionada? Pero llegué a entender que contar nuestra verdad es lo que nos libera, y si puedo ayudar a una persona a reconocer que puede haber caído en la zona gris del consumo de alcohol, y ayudarla a comenzar su camino para liberarse del alcohol, entonces vale la pena haberlo compartido.

Como dijo el famoso terapeuta y escritor Brene Brown: "El coraje comienza mostrándonos y dejando que nos vean".

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