No seas un judío como los judíos del "Violinista en el tejado"

22/03/2023

5 min de lectura

La identidad judía no se puede construir sobre las emociones de otra persona.

La semana pasada falleció Jaim Topol, el actor que interpretó a Tevye en "El violinista en el tejado" (tanto en el escenario como en la película de 1971). Eso me llevó a pensar sobre mi complicada relación con el musical y su banda sonora.

Seamos claros: hasta la semana pasada, nunca había escuchado el nombre "Jaim Topol", y —lo confieso— nunca vi la película "El violinista en el tejado" completa. Pero a pesar de eso, "El violinista en el tejado" tiene una canción particular que ocupó mucho espacio en mi infancia y adolescencia.

Crecí en Nueva Jersey, en un pueblo pequeño y aburrido con tan solo unos cuantos judíos. Mis padres me enviaron a la escuela hebrea, se aseguraron que tuviera un bar mitzvá, y no me enviaban a la escuela regular cada año durante las Altas Fiestas. Yo era apático, aunque cuando comencé a crecer empecé a formular preguntas tales como: "¿Por qué me hacen hacer esto?". Mis padres no tenían buenas respuestas, que yo pudiera aceptar, pero si me sentía malhumorado o rebelde, los presionaba e, inevitablemente, mi padre cantaba: "¡Tradición!", del "Violinista en el tejado". Por lo general eso ponía fin a la conversación.

A mí no me gustaba mucho esa respuesta, pero no recibía otra respuesta alternativa de mis padres.

"¡Tradición!" no explicaba por qué tenía que faltar a la escuela ni por qué yo era diferente, lo cual, especialmente en la escuela secundaria, era un gran problema.

Bueno, voy a ser honesto: odiaba esa respuesta. Para mí, cantar "¡Tradición!" era como si eso implicara algo trivial y vacío. No era una respuesta. No explicaba por qué tenía que faltar a la escuela ni por qué yo era diferente, o por qué tenía que hacer las cosas de forma distinta que los demás, lo cual, especialmente en la escuela secundaria, era un gran problema.

A medida que crecí y aprendí un poco más sobre ser judío, en mi mente me seguía molestando que mi padre —que no es para nada una persona tonta— basara su vida judía en una explicación tan superficial, o que pensara que de alguna manera cantarme la canción de un musical sería suficiente para mí.

Pero entonces murió Jaim Topol, y al pensar en eso comprendí que tal vez la respuesta de mi padre no era tan mala, o por lo menos, no era tan mala para él.

El mundo judío de mi padre

Mi padre nació en 1943. Poco después de su nacimiento, mi abuelo, un sargento del ejército de los Estados Unidos, fue enviado a Europa (enfrentó el Día D), y mi abuela tomó a su bebé y se mudó nuevamente con sus padres.

Mis bisabuelos vivían en Brooklyn. Ellos habían inmigrado de Europa. Su lengua materna era el ídish. Tuvieron 10 hijos (mi abuela era la octava), y aunque no eran religiosos, su hogar básicamente era kósher. Mi bisabuelo sabía de memoria la Hagadá de Pésaj, y su mundo desbordaba de familia, judíos, personajes judíos, negocios judíos y una vibrante comunidad judía.

Mi padre vivió en ese barrio después de la guerra hasta 1950, y entonces mis abuelos se mudaron a Queens, a unos 11 kilómetros de distancia. De acuerdo con mi bisabuela, mudarse era una tragedia de proporciones épicas (era demasiado lejos), a pesar de que el nuevo barrio de mi padre seguía siendo muy judío.

Sus amigos eran judíos, sus compañeros de clase eran judíos, y toda su familia estaba a un paso de distancia. Su mundo era rico, vibrante, culturalmente judío, repleto de ídish, comida judía y personas judías que recordaban los días de antaño. El judaísmo estaba por todas partes.

Cuando mi padre canta "¡Tradición!" (y lo sigue haciendo incluso hoy en día), eso significa algo para él. Tiene eco. Pero es difícil transmitir esos sentimientos.

El judaísmo, o por lo menos el sentimiento de una rica identidad judía, está embebido en los huesos de mi padre. Él tiene un fuerte e intuitivo lazo emocional con un mundo judío ahora perdido. Cuando mi padre canta "¡Tradición!" (y lo sigue haciendo incluso hoy en día), eso significa algo para él. Tiene eco. Le trae una corriente de recuerdos, sentimientos y asociaciones, un mundo que él da completamente por sentado.

Y eso es maravilloso, pero es algo emocional. Es confuso e indefinido. Y es difícil transmitir esa clase de sentimientos a otros. Es como esos chistes en los que tienes que haber estado en la situación: tendrías que haber estado allí. Tocan tu psiquis, pero no tienen ningún sentido para alguien que carece del contexto o de puntos de referencia similares. Y yo no había estado allí. Yo no entendía el chiste.

No se pueden transferir los sentimientos

Donde yo crecí, no había muchos judíos, y casi todos, al igual que mis abuelos, tíos abuelos y primos, vivían a más de una hora de viaje, en Nueva York o en otros lugares. Mi bisabuela, el último eslabón con esa comunidad inmigrante que hablaba en ídish, ya era muy vieja y estaba en un hogar de ancianos. Los alimentos que yo comía no eran kósher. No estaba sumergido en un medio ambiente marcadamente judío. Tenía algunos amigos judíos, pero muchos más que no lo eran, y no pasaba mi tiempo en un barrio judío culturalmente rico, de postguerra, que manaba tradición, sabor y vibraciones judías. Con mis amigos íbamos al centro comercial (eran los 80), veíamos televisión por cable y escuchábamos heavy metal.

Sobre eso no se pude construir una identidad judía, no se la puede construir sobre las emociones de otra persona. Te puede encantar la comida judía, puedes pensar que los judíos tienen un agudo sentido del humor, o puedes llorar cuando hablas con sobrevivientes del Holocausto… y todo eso puede ser importante y esencial respecto a cómo te ves a ti mismo y al mundo. Pero eso no resonará con tus hijos. Ellos no lo entenderán. Los tiempos cambian. Tu rotisería favorita cerrará. Tus comediantes favoritos parecerán anticuados y cursis. Los sobrevivientes del Holocausto no vivirán para siempre, y los villanos y los símbolos de esa era serán apropiados por otros (ya lo son).

No puedes transferir sentimientos, y las imágenes y las canciones que fueron tan significativas para ti no tendrán ningún sentido para la siguiente generación. Cantarlas puede despertar algo en ti, pero tus hijos se preguntarán por qué no respondes a sus preguntas.

Una identidad judía sólo puede construirse sobre una cosa: sabiduría judía. La sabiduría judía es atemporal y eterna, y está impregnada de significado y profundidad. Es algo que se estudia, algo para hablar y pensar, pero también es cómo vives y cómo te comportas, tus valores y cómo tratas a las personas. Es real. Es tangible.

Si no te impregnas de sabiduría judía y ella emana de ti tal como el olor a arenque y el schmaltz emanaba de los poros de tus abuelos inmigrantes, no te sorprendas cuando tus hijos no expresen ningún interés en ser judíos. Vivir una vida judía es una elección, y nadie hará esa elección sin tener una buena razón para hacerlo.

Aunque eso no significa que no puedas disfrutas del "Violinista en el tejado" (a menos que, como yo, odies los musicales de Broadway), pero disfrútalo con un sentido de perspectiva. Tus hijos probablemente no lo entenderán, e incluso si lo hacen, no lo entenderán igual que tú.

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