Celebrar

04/03/2023

5 min de lectura

Vaiakel-Pekudei (Éxodo 35-40 )

Si los líderes quieren sacar lo mejor de aquellos a quienes guían, deben darles la oportunidad de mostrar que son capaces de grandes cosas, y luego deben celebrar sus logros. Esto fue lo que ocurrió en un momento clave hacia el final de nuestra parashá, una que lleva al libro de Éxodo a una sublime conclusión luego de todas las luchas y enfrentamientos previos.

Los israelitas finalmente completaron la construcción del Tabernáculo. Está escrito:

Fue concluida toda la obra del Tabernáculo, la Tienda del Encuentro, y los hijos de Israel hicieron conforme a todo lo que Dios le había ordenado a Moshé … Moshé inspeccionó la obra y vio que habían hecho todo conforme a lo que Dios había ordenado. Y Moshé los bendijo (Éxodo 39:32, 43)

El pasaje parece muy simple, pero para el oído atento trae a colación otro texto bíblico, del final de la narrativa de la creación en Génesis:

Así fueron concluidos los cielos y la tierra, y todos sus componentes. En el séptimo día Dios concluyó Su obra que había hecho y cesó en el séptimo día de toda Su labor que había hecho. Entonces Dios bendijo el séptimo día y lo consagró, porque en él cesó de toda Su obra, la que Dios había creado para hacer (Génesis 2:1-3)

En ambos pasajes aparecen tres palabras claves: "obra", "concluyó" y "bendijo". Esta repetición no es accidental. Esta es la forma en que la Torá señala la intertextualidad, aludiendo a que una ley o historia debe leerse en el contexto de otra. En este caso, la Torá enfatiza que el Éxodo culmina como comenzó el Génesis, con una obra de creación. Prestemos atención a las diferencias tanto como a las similitudes. Génesis comienza con un acto de creación Divina. Éxodo culmina con un acto de creación humana.

Mientras más analizamos ambos textos, más vemos cuál intrincado es el paralelo que ha sido construido. El relato de la creación en Génesis está sumamente organizado alrededor de unas series de siete. Hay siete días de creación. La palabra "bueno" aparece siete veces, la palabra "Dios" aparece treinta y cinco veces y la palabra "tierra", veintiún veces. El primer versículo de Génesis contiene siete palabras, el segundo catorce y los tres últimos versículo tienen 35 palabras. Siempre múltiplos de siete. El texto completo tiene 469 palabras (7x67).

El relato de la construcción el Tabernáculo en Vaiakel-Pekudei también se construye alrededor del número siete. La palabra "corazón" aparece siete veces en Éxodo 35:5-29, cuando Moshé especifica los materiales que deben usarse para la construcción, y nuevamente siete veces en 35:34-36:8, la descripción de cómo los artesanos Betzalel y Oholiav desarrollarían la obra. La palabra trumá, "contribución" aparece siete veces en esta sección. En el capítulo 39, que describe la confección de las prendas sacerdotales, la frase "como Dios le ordenó a Moshé" aparece siete veces. Esto vuelve a ocurrir siete veces en el capítulo 40.

Hay un paralelo remarcable entre la creación de Dios del universo y la creación de los israelitas del Santuario. Ahora entendemos qué es lo que representa el Santuario. Era un microcosmos, un universo en miniatura, construido con la misma precisión y "sabiduría" que el universo mismo, un lugar de orden contra la ausencia de forma del desierto y el caos siempre amenazante del corazón humano. El Santuario era un recordatorio visible de la Presencia de Dios dentro del campamento, en sí mismo una metáfora de la Presencia de Dios dentro del universo como un todo.

Está tomando forma una gran y fatídica idea. Los israelitas, que durante gran parte del Éxodo fueron presentados como desagradecidos y poco entusiastas, ahora, después del pecado del Becerro de Oro, tienen la oportunidad de demostrar que no son irredimibles, y ellos aprovechan esa oportunidad. Ellos demuestran que son capaces de grandes cosas. Demuestran que pueden ser creativos. Usan su generosidad y su habilidad para construir un mini universo. A través de este acto simbólico, han demostrado que son capaces de convertirse en "socios de Dios en la creación", como dice la potente frase rabínica.

Esto fue fundamental para recuperar su moral y su propia imagen como el pueblo del pacto con Dios. El judaísmo no cree que la humanidad tiene pocas posibilidades. No creemos que estamos contaminados por el pecado original. No somos incapaces de lograr la grandeza moral. Por el contrario, el hecho mismo de ser creados a imagen del Creador implica que los humanos somos únicos entre todas las formas de vida, tenemos la capacidad de ser creativos. Cuando culminó el primer logro de Israel, Moshé los bendijo, diciendo (según los Sabios): "Que sea la voluntad de Dios que Su presencia repose sobre la obra de sus manos".(1) Nuestra grandeza potencial es que podemos crear estructuras, relaciones y vidas que se convierten en hogares para la Presencia Divina.

Al bendecirlos y celebrar su logro, Moshé les mostró lo que podían llegar a ser. Esta es una experiencia con el potencial de cambiarnos la vida. Aquí hay un ejemplo contemporáneo:

En el 2001, poco después del 11 de setiembre, recibí una carta de una mujer de Londres cuyo nombre no reconocí de inmediato. Ella escribió que en la mañana del ataque a las Torres Gemelas, yo di una charla respecto a las maneras de elevar el estatus de la profesión de los maestros, y ella vio un informe de eso en la prensa. Eso la impulsó a escribirme y recordarme un encuentro que habíamos tenido ocho años antes.

En ese entonces, en 1993, ella era la directora de una escuela que no estaba en muy buena situación. Ella había escuchado algunos de mis programas, sintió afinidad con lo que yo decía y pensó que tal vez podría ayudarla a encontrar una solución a su problema. Yo la invité a nuestro hogar con otras dos personas de su equipo. Esta es la historia que ella me contó: la moral dentro de la escuela, tanto entre los maestros, los alumnos y los padres, había decaído. Los padres habían comenzado a sacar a sus hijos de la escuela. La lista de estudiantes había caído de 1.000 a 500 niños. Los resultados de los exámenes eran malos: sólo el 8 por ciento de los estudiantes obtenían calificaciones altas. Era claro que a menos de que algo cambiara drásticamente, se verían obligados a cerrar la escuela.

Alrededor de una hora hablamos de temas generales: la escuela como una comunidad, cómo crear una ética, etc. De repente, entendí que estábamos pensando de la forma equivocada. El problema que ella enfrentaba era práctico, no filosófico. Le dije: "Quiero que viva en torno a una palabra: celebrar". Ella suspiró y me dijo: "Usted no entiende… No tenemos nada que celebrar. En la escuela todo está mal". "En ese caso, busque algo que pueda celebrar", le dije. "Si esta semana hubo sólo un alumno que estuvo mejor que la semana pasada, celébrenlo. Si alguien cumple años, celébrenlo. Si es martes, celébrenlo". Ella no se veía muy convencida, pero prometió que lo intentaría.

Ahora, ocho años más tarde, me escribió para contarme lo que había experimentado desde entonces. Los resultados altos en los exámenes crecieron del 8 al 65 por ciento. Los alumnos matriculados habían crecido de 500 a 1.000. Finalmente me contó que por su contribución a la educación la habían nombrado Dama del imperio británico, uno de los más altos honores que otorgaba la reina. Terminó diciendo que sólo quería que yo supiera cómo una sola palabra había cambiado la escuela y su vida.

Ella era una maestra maravillosa y por cierto no necesitaba mi consejo. Habría descubierto la respuesta por sus propios medios. Pero yo nunca dudé que esa estrategia triunfaría, porque todos crecemos satisfaciendo las expectativas que los demás tienen de nosotros. Si las expectativas son bajas, nos quedamos pequeños. Si son elevadas, crecemos.

La idea de que cada uno tienen una cantidad fija de inteligencia, virtud, capacidad académica, motivación e impulso es absurda. No todos podemos pintar como Monet ni componer como Mozart. Pero cada uno tiene dones, capacidades, que pueden permanecer latentes durante toda la vida hasta que alguien los despierte. Podemos llegar a alturas que nunca creímos posibles. Todo lo que hace falta es que encontremos a alguien que crea en nosotros, que nos desafíe y que cuando respondamos al desafío, nos bendiga y celebre nuestros logros. Eso fue lo que Moshé hizo por los israelitas después del pecado del Becerro de Oro. Primero los hizo crear y luego los bendijo a ellos y a su creación con una de las bendiciones más simples y conmovedoras: que la Shejiná habitara en la obra de sus manos.

La celebración es parte esencial de la motivación. Eso logró cambiar una escuela. En una época previa y en un contexto más sagrado, logró cambiar a los israelitas. Por lo tanto, debemos celebrar.

Cuando celebramos los logros de otras personas, cambiamos vidas.

Shabat Shalom

NOTAS

  1. Sifri, Bamidbar, Pinjás, 143
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