El castigo de Adam y Eva

4 min de lectura

Bereshit (Génesis 1:1-6:8 )

Ideas avanzadas basadas en el Midrash y la Cábala

Quizás ellos creyeron que habían escapado casi sin un rasguño… Mientras Adam y Eva recibían la peor sentencia en la historia de la humanidad, igualmente tenían un motivo para ser optimistas: mientras se alejaban, mirando por última vez el Jardín del Edén en el espejo retrovisor, deben haber sabido que las cosas podrían haber —y quizás deberían haber— salido peor. Después de todo tuvieron suerte. Continuaron con vida.

El Jardín del Edén tenía muchos árboles, y Adam y Eva habían sido invitados a disfrutar de los frutos de todos, excepto uno. Había un árbol, y solo un árbol, cuyos frutos estaban prohibidos. Y fue precisamente este fruto prohibido el que ellos desearon.

“Dios hizo crecer de la tierra todo árbol que era placentero de ver y bueno para comer, [incluyendo a] el Árbol de la Vida en el medio del jardín, y [a] el Árbol de Conocimiento del Bien y el Mal” (Bereshit 2:9).

“Dios le dio al hombre una orden, diciendo: ‘De todo árbol del jardín eres libre para comer, pero del Árbol del Conocimiento del Bien y el Mal no comerás, porque el día que comas de él ciertamente morirás’” (Bereshit 2:16-17; ver también Bereshit 3:3).

Comer de ese árbol, el Árbol del Conocimiento del Bien y el Mal, debería haber traído la muerte inmediata. Cuando mordieron el fruto, lo masticaron, saborearon y tragaron, comenzaron a sentirse extraños, transformados. Al perder la inocencia, se sintieron desnudos y vulnerables. De inmediato, buscaron refugio y un lugar para ocultarse de Dios.

Cuando fueron interrogados, Adam y Eva estuvieron forzados a admitir su culpa, pero no asumieron la responsabilidad por sus acciones. En un intento patético de excluirse de culpa y evitar el castigo con el que habían sido advertidos, señalaron hacia fuera. Cuando se decidió la sentencia y entendieron que continuarían con vida para contar el cuento, quizás creyeron que sus excusas habían funcionado. Creyeron que se habían salvado de la muerte, y que vivirían.

Sin embargo, rápidamente advirtieron que no se salvaron por completo:

“A la mujer Él dijo: ‘Incrementaré mucho tu aflicción y tu embarazo. Será con aflicción que darás a luz a tus hijos. Tu voluntad será para tu esposo, y él te dominará’” (Bereshit 3:16).

“A Adam Él dijo: ‘Porque escuchaste a tu esposa y comiste del árbol sobre el que te ordené específicamente diciendo: 'No comas de él', el suelo estará maldecido por tu culpa. Con aflicción comerás todos los días de tu vida: espinas y cardos brotarán para ti. Pero tu comida será el pasto del campo, con el sudor de tu frente comerás tu pan, hasta que vuelvas al suelo, porque de él fuiste tomado. Porque eres polvo, y al polvo volverás’” (Bereshit 3:17-19).

Mientras que los castigos pueden parecer muy severos, a Adam y Eva les parecieron un alivio: vivirían. La vida continuaría. Tendrían hijos, incluso si el proceso sería doloroso. Tendrían comida fuera de Edén, incluso si requeriría trabajo. En lugar de ser sentenciados a muerte, fueron sentenciados a trabajar duro, en todo sentido de la palabra, pero fueron sentenciados a continuar con vida.

Recién después del crimen y el castigo, recién después de la sentencia, Adam le da nombre a su esposa, la mujer a quien había acusado de infectarlo con la maldición de la muerte, y el nombre que le da es un nombre que implica vida:

"El hombre llamó a su esposa Eva (Javá), porque era la madre de todo ser viviente" (Bereshit 3:20).

Parece un final feliz. Adam y Eva sobreviven. Aceptan sus nuevas vidas y traen hijos al mundo. Su hijo primogénito se vuelve granjero, y viven de acuerdo a las reglas de la existencia posterior al Jardín del Edén: engendran hijos y trabajan la tierra. Trabajo duro, pero con certeza mejor que la otra opción.

Y, luego, ocurre algo inesperado, en donde los detalles son mucho menos importantes que el resultado: la competencia lleva a los celos, se intercambian palabras de enojo y, luego, un golpe mortal: llega la muerte.

Caín no muestra nada de la vergüenza o la vulnerabilidad que habían mostrado sus padres. No se oculta de Dios. En cambio, oculta la evidencia de su crimen, cubriendo rápidamente el cuerpo, en una acción tan ineficaz como el débil intento de sus padres de esconderse de Dios. Al igual que sus padres, Caín es sentenciado a vivir, pero a vivir una vida de aislamiento y dolor, de inestabilidad y enajenación.

Ahora, ¿qué ocurrió con Adam y Eva? ¿Qué vieron en este segundo crimen, en este nuevo castigo? Ellos supieron, por sobre todo lo demás, que no habían escapado a la muerte. La muerte los había encontrado, no podrían ocultarse. Si bien la Torá no describe su situación emocional, no es difícil imaginar el dolor. Con certeza, Adam no había imaginado que la vida tendría tanto sufrimiento. Con certeza, Eva nunca había imaginado que el dolor de traer hijos al mundo sería tan agobiante. Había perdido a sus dos hijos: uno estaba muerto, y el otro había sido condenado a deambular para siempre. Sin embargo, lo peor debe haber sido su propio sentimiento de culpa: bien adentro ella sabía que, si bien Caín había dado el golpe mortal, su propio pecado había creado un mundo en el que un crimen así era posible.

Adam y Eva continuaron viviendo, pero fueron condenados a vivir en un mundo que ellos mismos crearon. Como resultado de su pecado, el mundo se convirtió en un lugar de esfuerzo, un lugar donde existe el dolor y la muerte.

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