Por qué pasé Shabat en una casa flotante con musulmanes en Cachemira

26/05/2022

3 min de lectura

Cómo fue que terminé compartiendo mi pan con personas de todas clases y de todo el mundo.

Crecí en Flatbush Brooklyn, donde cachemira era una clase de lana que se vestía, no un lugar adonde ir. Sin embargo, siempre asumí que visitaría India, aunque probablemente cuando tuviera 65 años y siendo amiga de un rico marajá (príncipe) que insistiría para que nos quedáramos más tiempo en su extravagante palacio. Nunca imaginé que a los 25 años pasaría un mes en India alojándome con mi amiga en albergues que costaban dos dólares por noche y llevando siempre mi propio papel higiénico (el papel higiénico no es la norma en India, como aprendí a los golpes).

La razón principal de mi viaje fue que estaba investigando para mi segundo libro de cocina, "Gluten-Free Around The World", visitando países en los que el gluten no era el componente principal de la dieta. India ocupaba el primer lugar de mi lista. La suerte quiso que mi amiga Frumie estuviera planeando viajar a la India, así que aproveché la oportunidad para unirme a ella como su compañera de viaje.

Llegamos a la India. Los rumores eran ciertos: edificios modernos entre chozas, vacas deambulando por las calles, monos sentados en las cafeterías, familias enteras apiladas en una motocicleta, tuk tuks, autos, cabras… Todo a la vez. Una sobrecarga de estímulos, y yo lo estaba disfrutando muchísimo.

Hicimos muchas cosas: fuimos a la frontera con los Himalayas. Las aldeas de Dharamsala. Todo era hermoso, y los habitantes locales eran increíblemente amigables. Disfrutamos paseando por los comercios, comparando las vidas y las culturas compartiendo un té con los dueños de las tiendas. Todo era muy exótico.

Un jueves a la mañana dejamos el albergue. Habíamos empacado y estábamos preparadas para ir a Manali a pasar Shabat (este es un destino popular para muchos de los miles de viajeros israelíes que visitan India cada año. Allí hay falafel y hebreo por todas partes). Antes de embarcarnos en ese viaje de seis horas, comencé a hablar con un comerciante que nos preguntó cuál sería nuestro próximo destino. Cuando le dije, me contestó: "¿Por qué van a ir a Manali? ¡Vayan a Cachemira! ¡Es más lindo y la gente es mejor! ¡Hospédense en lo de mi hermano, en su casa flotante sobre el lago Dal!"

¡Cambio de planes! ¿Cachemira? ¿No era eso una zona de guerra? Busqué en Google para ver de qué se trataba. ¡Uau! Cachemira era hermoso, mucho mejor para Insta, y nunca había estado en una casa flotante. Pero… era un país árabe, y eso podía ser complicado para dos jóvenes judías.

Entonces, le dije al comerciante: "Shimesh, Cachemira parece muy lindo y me encantaría conocer a tu hermano. El tema es que soy judía y observo el Shabat. ¿Eso podría ser un problema?". "¡Por supuesto que no! ¡Mi cuñada es judía! Ella te preparará jalá", me respondió.

Bueno, eso no me lo esperaba."Shimesh, dile a tu hermano que vamos para Shabat".

Frumie estuvo súper contenta con el cambio de planes (siempre y cuando pudiera llevar a una israelí y su amiga que habíamos conocido el Shabat anterior). Le dijimos al conductor sobre el cambio de planes, cargamos el auto y partimos.

En retrospectiva, fue una de las cenas de Shabat más significativas y espirituales de mi vida. Nos reunimos alrededor de la mesa sobre un lago impresionante, en una hermosa casa flotante con todos mis nuevos amigos, tanto judíos como musulmanes. Compartimos el pan con toda clase de personas, de todos los rincones del mundo. La fuerza del Shabat nos unió, por más improbable que pareciera. Ese fue mi propósito y mi alegría, e hizo que todas las dificultades del viaje valieran la pena por completo.

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