Vencer a la muerte

04/09/2023

7 min de lectura

Nitzavim (Deuteronomio 29:9-30:20 )

Sólo ahora, al llegar a Nitzavim, podemos comenzar a sentir el vasto proyecto que cambiaría el mundo, que se encuentra en el eje del encuentro entre lo Divino y lo humano y que tuvo lugar en la vida de Moshé y con el nacimiento de los judíos/Israel como una nación.

Para entenderlo, recordemos la famosa frase de Sherlock Holmes: "Llamo su atención sobre el curioso incidente del perro durante la noche", le dijo al Dr. Watson. "Pero el perro no hizo nada por la noche", le dijo Watson. "Ese es el incidente curioso", respondió Holmes.(1) A veces, para saber de qué trata un libro es necesario enfocarse en lo que no dice, no sólo en lo que dice.

Lo que falta en la Torá, casi inexplicablemente dado el trasfondo en el que se sitúa, es una fijación con la muerte. Los antiguos egipcios estaban obsesionados con la muerte. Sus monumentales edificios eran un intento de desafiar a la muerte. Las pirámides eran gigantescos mausoleos. Más precisamente, eran portales a través de los cuales el alma del faraón fallecido podía ascender al cielo y unirse a los inmortales. El texto egipcio más famoso que llegó a nosotros es "El libro de los muertos". Sólo el más allá es real: la vida es una preparación para la muerte.

En la Torá no hay nada parecido, por lo menos no explícitamente. Los judíos creen en el Olam Habá, el Mundo Venidero, la vida después de la muerte. Ellos creen en tejiat hametim, la resurrección de los muertos.(2) Hay seis referencias a esto sólo en el segundo párrafo de la Amidá. Pero estas ideas no sólo están casi por completo ausentes del Tanaj, sino que incluso están ausentes en los mismos lugares donde esperaríamos encontrarlas.

El Libro de Kohelet (Eclesiastés) es un extenso lamento de la mortalidad humana. Hével havalim… hakol hevel. Nada tiene valor porque la vida es un mero suspiro pasajero (Eclesiastés 1:2). ¿Por qué el autor de Eclesiastés no mencionó el Mundo Venidero y la vida después de la muerte? Otro ejemplo: el Libro de Iov es una protesta contra la aparente injusticia de este mundo. ¿Por qué nadie le respondió a Iov diciéndole que él y otras personas que sufren serán recompensadas en otra vida? Creemos en la vida después de la muerte. ¿Por qué entonces no se la menciona ni se alude a ella en la Torá? Esto es muy curioso.

La respuesta simple es que la obsesión con la muerte en definitiva devalúa la vida. ¿Por qué luchar contra el mal y las injusticias del mundo si esta vida es sólo una preparación para el Mundo Venidero? Ernest Becker en su clásico "La negación de la muerte", sostiene que el miedo de nuestra propia mortalidad ha sido una de las fuerzas motoras de la civilización.(3) Esto es lo que llevó al mundo antiguo a esclavizar a las masas, convirtiéndolas en gigantescas fuerzas laborales para construir edificios monumentales que duraran tanto como el tiempo mismo. Eso llevó al antiguo culto al héroe, el hombre que se vuelve inmortal al efectuar actos audaces en el campo de batalla. Tememos a la muerte; tenemos con ella una relación de amor-odio. Freud llamó a esto thanatos, el instinto de muerte, y dijo que era una de las dos fuerzas vitales. La otra es eros.

El judaísmo es una protesta constante contra esta perspectiva del mundo, Por eso "nadie sabe dónde fue enterrado Moshé" (Deuteronomio 34:6), para que su tumba nunca se convierta en un lugar de peregrinaciones y adoración. Por eso, en vez de una pirámide o un templo como el de Ramsés II construido en Abu Simbel, todo lo que los israelitas tuvieron durante casi cinco siglos, hasta los días de Salomón, fue el Mishkán, un Santuario portátil, más similar a una tienda que a un templo. Por eso, en el judaísmo, la muerte impurifica y era necesario el rito de la vaca bermeja para purificar a quienes entraban en contacto con la muerte. Es por eso que mientras más sagrada es la persona (si eres un cohen, mucho más si eres el Gran Sacerdote), menos contacto puedes tener ni puedes estar bajo el mismo techo que una persona que ha fallecido. Dios no está en la muerte, sino en la vida.

Sólo en contra de este fondo egipcio podemos llegar a entender por completo el drama detrás de las palabras que se nos han vuelto tan conocidas que ya no nos sorprenden, las grandiosas palabras de Moshé enmarcando la opción de todos los tiempos:

Mira, he puesto hoy delante de ti la vida y lo bueno, la muerte y lo malo… Pongo hoy por testigos ante ustedes al cielo y a la tierra: he puesto delante de ti la vida y la muerte, la bendición y la maldición. Deberás escoger la vida, para que vivas tú y tu descendencia. (Deuteronomio 30:15, 19)

La vida es buena, la muerte es mala. La vida es una bendición, la muerte es una maldición. Para nosotros, estas son obviedades. ¿Por qué siquiera mencionarlos? Porque no eran ideas comunes en el mundo antiguo. Eran revolucionarias. Todavía lo son.

Entonces, ¿cómo vencemos a la muerte? Sí, hay un Más Allá. Sí, hay tejiat Hametim, resurrección. Pero Moshé no se enfoca en estas ideas obvias. Él nos dice algo diferente. Puedes alcanzar la inmortalidad siendo parte de un pacto, un pacto con la eternidad misma, es decir, un pacto con Dios.

Cuando vives tu vida dentro de un pacto ocurre algo extraordinario. Tus padres y abuelos siguen vivos en ti. Tú sigues vivo en tus hijos y nietos. Ellos son parte de tu vida. Tú eres parte de sus vidas. A eso se refirió Moshé cuando dijo, casi al comienzo de la parashá de esta semana:

No sólo con ustedes concreto este pacto y este juramento, sino con todos el que está aquí con nosotros, parado hoy ante Hashem, nuestro Dios, y con el que no está aquí hoy con nosotros. (Deuteronomio 29:13-14)

En los días de Moshé, esta última frase implicaba: "tus hijos que aún no han nacido". Él no necesitaba incluir a "tus padres que ya no están vivos", porque sus padres habían hecho un pacto con Dios cuarenta años antes en el monte Sinaí. Pero Moshé se refirió en un sentido amplio a que cuando renovamos el pacto, cuando dedicamos nuestras vidas a la fe y al modo de vida de nuestros ancestros, ellos se vuelvan inmortales en nosotros, tal como nosotros nos volvemos inmortales en nuestros hijos.

Precisamente porque el judaísmo se enfoca en este mundo, no en el próximo, es que es entre todas las grandes religiones la que más se enfoca en los niños. Ellos son nuestra inmortalidad. A eso se refirió Rajel al decir: "Dame hijos, porque de lo contrario soy como un muerto" (Génesis 30:1). A eso se refirió Abraham al decir: "Hashem, Dios, ¿qué puedes darme si no tengo hijos?" (Génesis 15:2). No todos estamos destinados a tener hijos. Los Rabinos dijeron que nuestros buenos actos constituyen nuestra toldot, nuestra posteridad. Pero al honrar el recuerdo de nuestros padres y educar a los niños para continuar con la historia judía logramos la única forma de inmortalidad que se encuentra de este lado de la tumba, en este mundo que Dios dijo que es bueno.

Ahora consideremos los dos últimos mandamientos de la Torá, que se encuentran en la parashat Vaielej, los que Moshé dio al final de su vida. Uno es hakel, el mandamiento de que el rey debe reunir a la nación cada siete años:

Al término de siete años… congrega al pueblo, a varones, mujeres y niños, y el prosélito que está en tus ciudades, para que escuchen y para que aprendan y teman a Hashem, su Dios, y se cuiden de realizar todas las palabras de esta Torá. (Deuteronomio 31:12)

El significado de este mandamiento es simple. Moshé está diciendo: no es suficiente que sus padres hicieran un pacto con Dios en el Monte Sinaí o que ustedes mismos lo renovaran conmigo en las planicies de Moav. El pacto debe renovarse perpetuamente, cada siete años, para que nunca se convierta en historia. Siempre se mantiene su recuerdo. Nunca se vuelve viejo porque cada siete años se lo renueva.

¿Y el último mandamiento? "Ahora, pues, escriban para ustedes este canto y enséñalo a los israelitas; ponlo en sus bocas para que este canto sea testimonio para Mi frente a los Hijos de Israel" (Deuteronomio 31:19). De acuerdo con la tradición, este es el mandamiento de escribir (por lo menos una parte de) un Séfer Torá. Como dijo Maimónides: "Incluso si tus ancestros te dejaron un Séfer Torá, de todos modos se te ha ordenado escribir uno para ti mismo".

Lo que Moshé nos está diciendo aquí, en su última orden al pueblo que dirigió durante cuarenta años, fue: no es suficiente con decir que nuestros ancestros recibieron la Torá de Moshé, o de Dios. Tienes que tomarla y renovarla en cada generación. La Torá no debe ser sólo la fe de tus padres o abuelos, sino la tuya propia. Si la escribes, ella te escribirá. La palabra eterna del Dios eterno es tu porción en la eternidad.

Ahora podemos sentir la fuerza total del drama de estos últimos días en la vida de Moshé. Moshé sabía que estaba por morir, sabía que no cruzaría el Jordán y no entraría a la tierra a la cual había dedicado su vida a llevar al pueblo. Moshé, confrontando su propia mortalidad, nos pide que en cada generación confrontemos la nuestra.

Moshé nos está diciendo que nuestra fe no es como la de los egipcios, los griegos, los romanos o virtualmente cualquier otra civilización conocida en la historia. No encontramos a Dios en un reino más allá de la vida; en el cielo, o después de la muerte, en la desvinculación mística del mundo o en la contemplación filosófica. Encontramos a Dios en la vida. Encontramos a Dios en (las palabras claves de Devarim) el amor y la alegría. Para encontrar a Dios, nos dice la parashá de esta semana, no es necesario subir al cielo ni cruzar el mar (Deuteronomio 30:12-13). Dios está aquí. Dios es ahora. Dios es vida.

Y esa vida, aunque va a terminar un día, en verdad no termina. Porque si cumples el pacto, entonces tus ancestros siguen viviendo en ti y tú vivirás en tus hijos (o en tus discípulos o en quienes reciban tu bondad). Cada siete años el pacto se renovará. Cada generación escribirá su propio Séfer Torá. La puerta a la eternidad no es la muerte: es la vida vivida en un pacto eternamente renovado, en las palabras grabadas en nuestros corazones y en los corazones de nuestros hijos.

Así Moshé, el mayor líder que hemos tenido, se volvió inmortal. No viviendo eternamente. No construyendo una tumba y un templo para su gloria. Ni siquiera sabemos dónde está enterrado. La única estructura física que nos dejó fue portable, porque la vida misma es una travesía. Él no se volvió inmortal de la forma que lo hizo Aharón, viendo a sus hijos convertirse en sus sucesores. Él se volvió inmortal convirtiéndonos en sus discípulos. Y en una de sus primeras manifestaciones, los Sabios nos dijeron: forma muchos discípulos.

Para ser un líder, no necesitas una corona ni prendas de oficio. Todo lo que necesitas hacer es escribir tu capítulo en la historia, hacer actos que curen algo del dolor de este mundo, y actuar para que otros se vuelvan un poco mejor por haberte conocido. Vive para que a través de ti el antiguo pacto con Dios sea renovado en la única forma que importa: en la vida. El último testamento que nos dejó Moshé al final de su vida, cuando su mente claramente podría haberse dirigido a la muerte, fue: escoge la vida.


NOTAS

  1. Arthur Conan Doyle, “The Adventure of Silver Blaze.”
  2. La Mishná en Sanedrín 10:1 dice que creer en la resurrección de los muertos se considera en la Torá una parte fundamental de la fe judía. Sin embargo, de acuerdo con cualquier interpretación, esta declaración es implícita, no explícita.
  3. New York: Free Press, 1973.
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