Tablas para la vida

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Itró (Éxodo 18-20 )

Ideas filosóficas y cabalísticas de la parashá semanal.

La Torá contiene 613 mandamientos, pero en el monte Sinaí —la única ocasión en la historia en la cual todo el pueblo judío tuvo un encuentro cara a cara con Dios— Dios decidió enfatizar sólo diez de ellos.

Los primeros dos de los Diez mandamientos los escuchamos directamente de la boca de Dios, sin que Moshé actuara como intermediario, mientras que los otros ocho los escuchamos por medio de Moshé.

De acuerdo a muchos comentaristas, el primero no es realmente un mandamiento, sino que es más bien una declaración introductoria a todos los mandamientos. Pero hay un factor común que unifica a estos diez mandamientos y que los distingue de los otros; son los únicos mandamientos que aparecen en las Tablas de la ley.

Moshé explica de la siguiente manera qué significa que aparezcan escritos en las Tablas:

Él (Dios) te dijo Su pacto que Él te comando a ti observar, los diez mandamientos, y los inscribió en dos tablas de piedra” (Deuteronomio 4:13).

Estas diez declaraciones tienen un aspecto dual. Además de ser mandamientos por sí mismos, al igual que el resto de los 613, constituyen un pacto especial entre Dios e Israel. Nos referimos a ellos en la Hagadá de Pesaj como Las tablas del pacto. En este ensayo intentaremos explorar precisamente el aspecto de ‘pacto’ de dichos mandamientos.

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El pacto

Un pacto no es algún tipo de unión mística espeluznante, sino que es meramente el término que se utiliza para referirse a un contrato. Todo contrato es un acuerdo que fue negociado entre dos partes. Cuando se alcanza un acuerdo, por lo general éste es registrado y cada una de las partes obtiene una copia legalizada para que tengan registro de sus derechos y obligaciones contractuales. Al describir los Diez mandamientos como un pacto, la Torá nos está informando que las Tablas representan una copia del acuerdo contractual entre Dios y nosotros. Las Tablas que recibimos en Sinaí constituyen la copia legalizada de Israel.

Pero esta parece ser una idea sumamente novedosa. ¿En qué sentido pueden ser descritos los mandamientos —los cuales son principalmente órdenes que emitió Dios—, como un acuerdo que fue negociado?

Para entender mejor el aspecto contractual de estos mandamientos debemos explorar el proceso de negociaciones que llevó a dicha culminación.

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La oferta

Cuando Moshé ascendió al monte Sinaí por primera vez luego de que el pueblo judío acampase a sus pies, Dios lo envió de vuelta al pueblo con el siguiente mensaje:

Ustedes vieron lo que hice a Egipto, y a ustedes los llevé sobre alas de águilas y los traje hacia Mí. Ahora, si Me obedecen y cumplen Mi pacto, serán Mi tesoro más preciado de entre todas las naciones, ya que el mundo entero es Mío. Serán para Mí un reino de sacerdotes y una nación santa” (Éxodo 19:4-6).

Esta declaración contiene la oferta de Dios.

Najmánides explica qué es lo que Dios estaba ofreciendo: El mundo entero le pertenece a Dios, pero Él puso a las otras naciones bajo el mandato de los ángeles. Un tesoro preciado es algo que uno vigila cuidadosamente de manera personal. Él se encargaría de las necesidades del pueblo judío por sí mismo en lugar de delegárselas a la jurisdicción de los ángeles, tal como hace con las otras naciones.

Un tesoro preciado es algo que uno vigila cuidadosamente de manera personal.

Pero esta oferta de jurisdicción Divina personal en realidad contenía dos partes. Además de la promesa de preocuparse en este mundo, también ofrecía una entrada al próximo mundo. Porque un objeto atesorado nunca pierde su valor, y por lo tanto, alguien que es preciado para Dios, Quien es eterno, se mantendrá con Dios por toda la eternidad. Si Israel aceptaba la oferta de Dios y se convertía en Su objeto atesorado, entonces eso extendería el trato de forma automática hacia la eternidad.

Estas dos ideas están contenidas en las dos frases “reino de sacerdotes”, una referencia a este mundo, y “nación santa”, lo cual es una referencia al próximo mundo. Cabe destacar que la palabra “santo” en hebreo siempre implica una separación de la fisicalidad. Por lo tanto, una “nación santa” es una nación en un sentido no físico, es decir, una nación en el próximo mundo.

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La aceptación

Moshé vino y convocó a los ancianos del pueblo, y puso frente a ellos todas estas palabras que Dios le había comandado. Todo el pueblo respondió junto y dijo: “Todo lo que Dios ha dicho, haremos” (Éxodo 17:7-8).

Este versículo describe cómo el pueblo judío aceptó la oferta de Dios.

Moshé le presentó la oferta a los ancianos de forma que ellos la hicieran circular entre la gente, observaran sus reacciones y tomaran una decisión acordemente, pero el pueblo se adelantó a este proceso de deliberación mediante el declarar con entusiasmo su aceptación inmediata y unánime con una sola voz.

Obviamente los judíos consideraron que esta era una gran oferta. La aceptaron de forma inmediata, sin una deliberación previa. Pero debía haber algunas condiciones en la oferta.

Y efectivamente las hay: las condiciones son los mandamientos.

Para entrar en el pacto debes aceptar los Diez mandamientos. Pero, ¿por qué es tan difícil aceptar estos mandamientos? Una lectura superficial no muestra nada controversial o difícil de respetar.

Para entrar en el pacto debes aceptar los Diez mandamientos.

La lógica nos obliga a observar más de cerca estos mandamientos para encontrar la respuesta.

Inmediatamente se hace aparente que estos mandamientos están divididos en dos partes. Y de hecho, la tradición judía nos enseña que hay dos tablas: 1) una corresponde a las obligaciones con Dios, y 2) la otra consiste en obligaciones con el prójimo. Pero si las examinamos de cerca podremos ver que están relacionadas.

Por efectos de simplicidad, refirámonos a las dos tablas como la tabla de Dios y la tabla del hombre, y analicémoslas paralelamente.

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Yo soy Dios / No asesinaras

El primer mandamiento en la tabla de Dios es la aceptación de Dios como nuestro gobernante. Él nos sacó de la esclavitud de Egipto para que nos transformáramos en Sus sirvientes en lugar de ser los sirvientes de Paró. De forma paralela a este mandamiento encontramos en la tabla del hombre el mandamiento relativo al asesinato. El acto del asesinato representa también una violación de la esencia del primer mandamiento de la tabla de Dios.

Quienquiera que derrame la sangre del hombre, su sangre será derramada por el hombre; porque Dios creó al hombre a Su imagen (Génesis 9:6).

La prohibición en contra del asesinato está basada en el hecho de que el hombre fue creado a imagen de Dios. Cuando una persona toma una vida humana, está destruyendo la imagen de Dios.

Si un hombre comete un pecado cuyo castigo es la muerte, él deberá ser ejecutado y tú deberás colgarlo en un árbol. Su cuerpo no deberá pasar la noche en el árbol, sino que deberás enterrarlo en ese mismo día, ya que una persona que está colgando es una maldición de Dios… (Deuteronomio 21:22-23)

El Talmud (Sanhedrin 46b) dice que asesinar a un ser humano es similar a asesinar a un gemelo de Dios. Es la mayor violación del espíritu del primer mandamiento que uno pueda imaginarse.

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No tendrás otros dioses / No cometerás adulterio

El segundo mandamiento de la tabla de Dios es la prohibición de la idolatría. En la tabla del hombre encontramos en segundo lugar la prohibición de cometer adulterio.

La prohibición de hacer idolatría es una prohibición en contra de beneficiarse de la bondad de Dios en contra de Su voluntad por medio de obtenerla de segunda mano. El idólatra quiere beneficiarse de la bondad de Dios sin seguir la política de Dios. Y como parte del sistema de libre albedrío que Dios le entregó al hombre, Él hizo que esto fuera posible.

Ahora bien, la institución del matrimonio, cuya santidad es violada por el pecado del adulterio, es la bondad de Dios en contra de la soledad. El símbolo humano que extingue esta soledad es la mujer. Dios explicó la creación de la mujer de la siguiente forma:

No es bueno que el hombre esté solo; le crearé una ayuda que le corresponda (Génesis 2:18)

Dios hizo esto dividiendo al ser humano en dos, curando de esta forma la angustia de la soledad. Tanto el hombre como la mujer se ven beneficiados en igual grado de esta bondad, pero ella es el símbolo de la cura Divina. En el plan de Dios, todo matrimonio fue diseñado con la idea de que los integrantes de la pareja sirvan de complemento mutuo.

El adulterio es tomar esta bondad Divina sin seguir la política y voluntad de Dios. Esta cura para la angustia humana estaba destinada a un destinatario diferente. Por lo tanto, el adulterio es paralelo a la idolatría.

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No jurarás en falso / No robarás

El tercer mandamiento en la tabla de Dios es la prohibición en contra de hacer juramentos en falso, lo cual es paralelo a la prohibición de robar, que aparece en la tabla del hombre.

Dios es la fuente de toda la realidad. Sustituir la realidad que Dios estableció con una realidad falsa es una perversión del trabajo de Dios. Un juramento en falso es una afirmación de que Dios está asociado con una realidad que Él no planificó.

Tal como Dios es la fuente de toda la realidad, Él es la fuente de toda la bondad.

Tal como Dios es la fuente de toda la realidad, Él es la fuente de toda la bondad. Algo que está destinado a ser de Reubén no puede ayudar a Shimón. Si Dios lo destinó para Reubén, entonces el hecho de que Shimón se lo arrebate también es una perversión de la realidad.

Si no fuera porque la conexión de Dios con la realidad está oculta tras el velo de la naturaleza para permitirle al hombre tener libre albedrío, nadie podría estirar su mano para apropiarse de aquello que le pertenece a otro. La mano se dirigiría hacia su propósito pero el objeto robado desaparecería tan pronto como cayese en las manos incorrectas.

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Respetarás Shabat / No testificarás en falso

El cuarto mandamiento en la tabla de Dios es la observancia de Shabat. De forma paralela a ella se encuentra la prohibición de testificar en falso en la tabla del hombre.

La observancia de Shabat es un testimonio de la creación de Dios. Si Dios es el Creador, entonces Él también es la fuente de todo el poder creativo del mundo. Todo lo que crea y logra el hombre es en realidad una canalización del poder creativo de Dios. Si el mundo no hubiera sido diseñado para ocultar la presencia de Dios, y de esta forma, permitirle al hombre tener libre albedrío, entonces las leyes de Shabat serían una descripción apropiada de la creación en realidad. Sólo Dios crea, el hombre meramente disfruta los beneficios del poder creativo de Dios.

No respetar Shabat es un acto de testimonio en falso. Este testimonio en falso declara que este es un mundo sin propósito y sin un destino final.

Dar falso testimonio en contra del prójimo sitúa al prójimo en un mundo que no fue creado mediante la canalización del poder creativo de Dios. El falso testimonio creó este universo paralelo en su testimonio. Por lo tanto, no respetar Shabat y dar testimonio en falso son paralelos exactos.

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Honrarás a tus padres / No codiciaras

El último mandamiento en la tabla de Dios es el mandamiento de respetar a los padres. De forma paralela a este mandamiento se encuentra en la tabla del hombre la prohibición de codiciar la esposa de tu vecino o cualquier cosa que le pertenezca.

En lugar de comenzar con la tabla de Dios y luego pasar a la tabla del hombre, analicemos este paralelo de forma inversa.

Ibn Ezra hace una pregunta provocativa sobre la prohibición de codiciar: ¿Cómo es posible ordenarle a una persona no desear algo que es inherentemente deseable?

Nos es fácil comprender la prohibición en contra de llevar a cabo nuestros deseos ilícitos en la vida real, pero las prohibiciones relativas a llevarlos a cabo ya fueron establecidas en los primeros cuatro mandamientos de la tabla del hombre. ¿Cómo podemos relacionarnos con una prohibición en contra del deseo mismo?

Según las reglas de la naturaleza humana, un campesino codicia la esposa de su amigo campesino, pero no a la hija del rey.

Él responde con una metáfora. Según las reglas de la naturaleza humana, un campesino codicia la esposa de su amigo campesino, pero no a la hija del rey. Cuando ve a la princesa pasar en su carruaje, incluso si la encuentra hermosa, no la codicia. Ella está más allá de su alcance. Cualquier pensamiento que él pueda tener en relación a ella son puras fantasías, y no deseos realmente alcanzables.

Si una persona está bien enfocada en el mundo, entonces se relaciona con todo lo que le pertenece a otro de la misma forma que se relacionaría el campesino con la inaccesible princesa. Dios le dio a cada uno las cosas que necesita tener para dirigir su vida de forma exitosa. No son las circunstancias las que determinan qué recibe cada persona; las decisiones Divinas, las cuales están basadas en consideraciones racionales sobre qué es beneficioso, son las que lo hacen.

Si las cosas que deseo están a mi alcance de forma permitida, entonces puedo asumir que Dios las puso allí de forma deliberada ya que realmente podría utilizarlas para alcanzar metas que Él estableció para mí. Pero si no están a mi alcance de forma permitida, entonces deberé concluir que no sería bueno para mí tenerlas y mi única conexión con ellas es en el inofensivo mundo de fantasía de mi imaginación.

Codiciar cosas que le pertenecen a otras personas es una clara señal de peligro que indica que la vida está fuera de foco. En el mundo según los Diez mandamientos, cada persona es única ante los ojos de Dios, cada persona es un socio del pacto. Y cada socio vive en su propio mundo, rodeado de las cosas que necesita para poner a prueba su compromiso con el pacto y para ayudarlo a desarrollar todo su potencial como un socio de Dios.

El mundo no es una jungla en la que todos competimos por el mismo premio, el cual le pertenecerá —según las reglas de la jungla— al más veloz y al más capaz. En un mundo como ese, cualquier cosa que tenga otra persona también es una posibilidad para mí, especialmente si me considero más apropiado. En el mundo de la jungla está permitido codiciar cualquier cosa, independientemente de quién la tenga. Mientras le quites la cosa al otro de una forma que la sociedad considere legal, no estarás haciendo ningún mal. La persona que codicia está viviendo en el mundo equivocado.

Si volvemos a la tabla de Dios, encontraremos que la misma idea aparece expresada en el mandamiento de respetar a los padres. Este mandamiento no tiene nada que ver con respeto convencional y gratitud. Para la gran mayoría de nosotros que hemos tenido la fortuna de haber sido criados en casas normales y llenas de amor, los sentimientos de gratitud hacia nuestros padres son una parte inseparable de nuestra vida en este mundo. No hay necesidad de reforzar la naturaleza humana por medio de mandamientos. Pero el honor al que se refiere este mandamiento es una cosa completamente diferente.

Uno asigna el honor en base a qué considera importante en la vida, y no en base a gratitud.

Uno asigna el honor en base a qué considera importante en la vida, y no en base a gratitud. Toda persona siente la atracción del emocionante mundo nuevo que hay allí afuera. La atracción de las nuevas ideas, de los diferentes modos de vida, es una fuerza sumamente poderosa que hay en todos nosotros. Tendemos a relacionarnos con el mundo de nuestros padres como algo anticuado y obsoleto. Sentimos la necesidad de desplegar nuestras alas y volar rumbo a nuevas direcciones.

Pero el mundo en el que Dios nos puso es el mundo de nuestros padres. Hay tres socios en la formación de una persona: Dios, su padre y su madre (Talmud, Nida 31a). Dios no escoge a sus socios de forma aleatoria. Si Él seleccionó a esos socios en particular, entonces quiere decir que Él quiere que el niño nazca en el mundo de ellos. Los valores que nos transmiten nuestros padres crean la base de nuestras vidas, la cual fue seleccionada por Dios mismo. No sólo debemos amar a nuestros padres, sino que también debemos honrarlos.

Codiciar lo que le pertenece a otro y no honrar a nuestros padres tienen la misma causa común, el creer que estamos en un mundo incorrecto.

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En conclusión

El tema predominante de las tablas es que es imposible separar las interacciones que tenemos con nuestro prójimo de las interacciones que tenemos con Dios. En el mundo del pacto, cuando Israel se transforma en una nación de sacerdotes y en un pueblo santo, la santidad de Dios se esparce para abarcar todos los aspectos de la vida. No hay nada que esté alejado de Él.

El pacto no se trata de obedecer las órdenes de Dios y de adoptar ciertas costumbres y prácticas. El pacto se trata de la voluntad de habitar en un mundo común con Dios, en el que cada aspecto y relación de la vida está teñida por el hecho de que está ocurriendo ante Su presencia, la cual todo lo abarca. Para quien desea vivir en su propio espacio, el pacto es un yugo intolerable.

Vemos entonces que la oferta de Dios de transformarnos en una nación de sacerdotes y en un pueblo santo era en realidad una espada de doble filo. Nosotros también debemos querer transformarnos en una nación de sacerdotes y en un pueblo santo. Esto implica habitar un mundo en el cual es imposible trazar una línea que divida lo sagrado y lo que podría ser considerado como mundano u ordinario.

Sólo si permitimos que las dos tablas se unan en un solo pacto nos podremos transformar en aquellos santos sacerdotes. Las condiciones de la oferta de Dios son las cadenas que atan lo sagrado y lo mundano en una sola vida coherente.

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